La cofradía del machete
Desde hace algunas semanas irrumpió en los semáforos
tijuanenses la hermandad del machete. Iker y yo descubrimos al primero de ellos
a finales del mes pasado en el crucero de Sánchez Taboada y Antonio Caso. El performance consiste en arrojar
cuatro machetes y hacerlos girar en el aire. Nada sencillo el numerito. Los espectáculos
urbanos son cada vez más complejos. Pocos días después vimos a un par de macheteros en diferentes esquinas de la calle Segunda y luego uno más en la glorieta
de las Tijeras. Pienso que se trata de una cofradía, porque en los cuatro distintos puntos en que los hemos
visto los machetes son idénticos. Son fáciles de reconocer porque todos tienen
el mango naranja. También el performance es el mismo, aunque hay unos
ejecutantes más hábiles que otros. Me
puse a pensar entonces en cómo será la historia de sus vidas. ¿De dónde vienen?
¿Cómo llegaron? ¿De qué manera eligen o se reparten los semáforos? ¿Se reúne la
cofradía del machete al caer la noche? ¿Comparten vivienda o refugio? La calle
y sus leyes, aparentemente caóticas,
pero acaso más organizadas que esa gran simulación llamada economía
formal. Qué circo es esta
ciudad, diría la Maldita Vecindad ¿Cuántas
vidas transcurren bajo un semáforo? El
pavimento hierve, el pavimento palpita. Salir
a la calle implica mirar una batalla a brazo partido por obtener un par de
monedas. Un día sus miradas cruzarán por menos de dos segundos. Le darás una
moneda y escucharás el “que Dios lo bendiga” y un día, simplemente,
desaparecerán como si tal cosa. Dejarás de verlos y alguien más ocupará su
sitio y en algún lugar las machetes seguirán girando, la calle seguirá ardiendo
y la vida seguirá fingiendo tener algún sentido e ir con prisa hacia alguna
parte.