Cuenteros somos y en la Feria anduvimos
Instrucciones para sobrevivir a la FIL y no naufragar en el intento podría ser el título de un buen libro utilitario para los cientos de miles de peregrinos que viajan a Guadalajara en la última semana de noviembre.
En la Feria Internacional del Libro todo es descomunal, desbordante, excesivo, simplemente inabarcable. Veo los rostros de quienes acuden por primera vez y simplemente no dan crédito. Ríos humanos, filas kilométricas, controles de seguridad, salas abarrotadas. Caminar por ahí en la tarde es el equivalente a tratar de entrar al juego de moda en Disneylandia durante la temporada navideña. Lo fascinante es cuando uno repara en que en esa fiesta capaz de convocar a más 900 mil personas a lo largo de nueve días, el festejado es el libro. Durante el 2018 acudí a las ferias de Bogotá, Buenos Aires, Quito y Guadalajara, además de otras ferias mexicanas. En las alforjas me queda una rica herencia en libros y en recuerdos.
Aunque la Feria del Libro de Frankfurt se celebra desde tiempos de Gutenberg, lo cierto es que esto de los grandes shows de la industria editorial es una moda relativamente reciente en la historia de la lectura. La Feria del Libro de Guadalajara se celebra desde 1987 (créalo usted o no, es siete años más joven que la Feria de Tijuana), pero ha sido en la última década y media cuando ha ido adquiriendo estas dimensiones bestiales. Comparada con la mayoría de las ferias librescas que se celebran en el país, la de Guadalajara es el equivalente a un megalodón nadando en la pecera de un acuario. Lo primero que un bibliófilo debe aprender en la FIL es a sacrificar. El deseo primario es tenerlo y abarcarlo todo. Poder desdoblarse en tres o cuatro entes para estar al mismo tiempo en varias presentaciones y tener una cartera todopoderosa y un espacio ilimitado en la maleta y en la casa para poder llevar cientos de libros. Lo primero que hiere es tener que descartar. Elijo una presentación o evento que en verdad vale la pena, pero a cambio se debo sacrificar cinco o seis. Compro unas dos decenas de libros que con trabajo hago caber en el equipaje, pero a cambio debo descartar unos cincuenta o sesenta. Hay vicios caros e irrenunciables como los libros de la editorial Zorro Rojo, alguna novedad sorprendente, un as bajo la manga, sin contar los infaltables regalos de colegas.
Esta es la tercera vez que acudo a la FIL de Guadalajara y en esta ocasión lo hice como integrante del Encuentro Internacional de Cuentistas, un homenaje al arte del cuento emprendido por el físico cuéntico Ignacio Padilla que cumple ya diez años. A ese encuentro han sido invitados personajes como Sergio Pitol, Ricardo Piglia, Mempo Giardinelli, Juan Villoro, Irvine Welsh o Goran Petrovic. En esta ocasión, coordinados por Alberto Chimal, acudimos el israelí Shimon Adaf; los argentinos Valeria Correa y Eggardo Cozarinsky; el portugués Alonso Cruz; la brasileña Teolinda Gersao; el español Jordi Lara; la mexicana Elpidia García y yo. Aunque en el pasado han acudido algunos norteños como Herbert, Boone, Parra y la misma Elpidia (orgullosamente juarense) creo que en diez años soy el primer escritor de Tijuana que es seleccionado para el encuentro.
Me queda por herencia el gusto de haber llevado por vez primera a Carolina y a Iker como compañeros de viaje, los mil y un abrazos con colegas, los libros de José Luis Peixoto, el concierto de Moonspell, la antología El caso Lowry, compilada por Martín Solares, donde participo junto con Patrick Deville, Villoro, Lumberas, Ortuño entre otros. Mil y un recuerdos. Valió la pena. Cuentistas somos y en la feria anduvimos.