Al parecer los escritores no somos muy apreciados por las compañías aseguradoras. Hace un par de meses tramité un seguro médico para mi familia. A la hora de estar llenando los formularios y llegar al renglón donde debía anotar mi ocupación, se me ocurrió poner escritor. El agente me sugirió que mejor anotara cualquier otro oficio, pues eso de escritor podía sonarle “rarito” a la compañía de seguros y a lo mejor operaba en mi contra. No sé exactamente cuál sea el riesgo de aprobarle un seguro médico a un escritor o por qué se nos considera un mal negocio. ¿Será porque el hablarnos de tú con nuestros demonios nos convierte en potenciales suicidas? ¿O acaso dan por hecho que no tenemos un centavo partido por la mitad para pagar puntualmente las mensualidades? Lo cierto es que el escritor, al igual que el policía, no aplica para el seguro médico. Ese oficio, pensarán los altos ejecutivos de la compañía de seguros, no es de gente decente o normal. Alguien cuyo camino de vida es desparramar frases como si se le fuera el alma en ello e inventar amigos imaginarios que acaban por volverse entrañables, no puede ser una persona en sus cabales. A un escritor, pensarán los ejecutivos, necesariamente le falta un tornillo. Algo debe andar muy mal con él para que opte por un quehacer propio de lunáticos sin cable a tierra para quienes dos más dos no siempre resulta cuatro. Anoté entonces periodista, pero el agente me dijo que aquello resultaba peor. El periodismo es considerado oficio de alto riesgo y había altas probabilidades de que la compañía me rechazara la solicitud. Así las cosas, no me quedó otra alternativa que declararme de oficio abogado, lo cual, después de todo, no es una mentira. Mi cédula profesional, que es una pieza de literatura de ficción, me acredita como Licenciado en Ciencias Jurídicas.
Tuesday, November 05, 2013
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