El invierno, que en Sierra Leona suele pasar desapercibido, llegó al hogar con la segunda y tercera carta de Umaru. El enero ucraniano es inhumanidad pura, una condena que puede matar al más rudo. Confinados en el galerón industrial, los aspirantes a jugadores profesionales mataban las horas consumiendo tabacos baratos y tés amargos mientras improvisaban trucos de cartas con apuestas de aire, racionando la poca comida y la magra dotación de mal vodka que les regalaron en Navidad. Tan crudo era el invierno, que el campeonato local ucraniano se suspendía por dos meses. En la densidad de las horas muertas, a Umaru no le quedaba otro refugio que escribir a su familia. Salir a caminar las calles nevadas para ir hasta el correo a dejar las cartas para Sierra Leona era un suicidio, pero Umaru, mal alimentado y peor abrigado, asumió el riesgo un par de veces. Morir congelado en la calle era mejor que pasar semanas confinado en un calabozo con otros trece pobres diablos con los que se comunicaba en monosílabos. Las temperaturas bajo cero no eran el único riesgo de salir. También estaba la policía y Umaru suponía que la imagen de un africano caminando en calles desoladas podía chocar a las autoridades. En caso de ser detenido, no llevaba encima ningún papel que acreditara su legal estancia en el país, pues su pasaporte había sido retenido por el promotor. La vida transcurría lenta, alimentada tan solo por la esperanza de la reapertura del mercado de fichajes en el campeonato ucraniano
Monday, October 07, 2013
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