ANTIGUA LUZ
Si apostamos por la definición más simple, nos limitaremos a definir a Antigua luz del irlandés John Banville como una novela erótica. Visto de esa forma, el tema - la iniciación sexual de un adolescente con una señora casada- no es nada nuevo en literatura. Lo que sí me parece verdaderamente revolucionario, es la manera de tratarlo. Es una novela erótica, sí, pero es sobre todo una novela sobre los difusos y a menudo mentirosos cuadros que dibuja en nuestra mente la memoria o el recuerdo de lo erótico. En tiempos en que los predecibles clichés del porno light de revista Cosmopolitan infestan los aparadores de las librerías, Banville sorprende con una novela que bucea profundo en los mecanismos del deseo. Mientras las sombras de Gray se deleita en predecibles y ordinarias imágenes de manual, con su excéntrico millonario seductor, sus medias de seda y sus ridículas nalgaditas, Antigua luz apuesta por los intrincados caminos de la libido y sus recuerdos condicionantes, que a menudo tienen mucho más que ver con sensaciones y evocaciones no siempre muy claras. El viento de otoño, la luz de una tarde, las sombras cayendo sobre una vieja habitación; olores o sonidos que remiten a anhelos, miedos e instintos que dormitan en alguna profundidad interior y despiertan un día cualquiera como espectros hambrientos. Más que con lo táctil, la experiencia erótica tiene que ver con el procesamiento mental, y más que en el instante presente, se despliega con toda su intensidad en la memoria. La aparentemente ordinaria historia de un quinceañero que es iniciado en el sexo por una mujer de 35 años, toma un nuevo matiz por la manera en que es narrada, desde los recuerdos nebulosos e intensos de ese adolescente convertido en un hombre maduro. Alexander Clave es un actor teatral de unos 60 años de edad que desde el otoño de su existencia evoca el idilio que tuvo con la madre de su mejor amigo, la señora Cecilia Gray. La evocación parte desde la subjetividad de la memoria donde a menudo la fantasía acaba por ganarle terreno a lo que realmente sucedió. Incluso el recuerdo erótico primario del narrador es la imagen de una mujer a la que el viento levanta la falda mientras monta su bicicleta afuera de una iglesia. Un recuerdo de un par de segundos en donde el narrador ha decidido situar a la mujer que después sería su amante, aunque el rostro de la dama de la bicicleta lo haya olvidado por completo. De hecho podría decirse que la novela de Banville es un homenaje a la memoria como la mejor creadora de ficciones. El recuerdo elevado a la categoría de pintor surrealista capaz de deformar lo que en apariencia es estático. Rostros e imágenes que se confunden, instantes inconexos transformados en uno solo. ¿Quién dice que el pasado no es un ente siempre cambiante? Alexander Clave divaga en alucinantes duermevelas, mientras su esposa Lydia despierta en busca del fantasma de su hija suicida Cass y él intenta sumergirse en la biografía de Axel Vander, el misterioso personaje al que deberá interpretar en su primer papel protagónico en el cine comercial. Mientras intenta acoplarse al trabajo con la joven actriz Dawn Davenport, su compañera en el reparto, Alexander reconstruye el recuerdo de su madura amante para comprobar que de aquel idilio sobreviven unas cuantas sensaciones prófugas, confundidas entre aislados recuerdos de lo que él cree es real y lo que simplemente deseó o soñó. Al leer libros como Antigua luz de Banville, la única conclusión posible es que la novela es en efecto un arte mayor donde yace un centro neurálgico o una atmósfera insustituible que solamente puede expresarse mediante la narrativa. Mientras haya quien construya historias así, el resplandor de esa estrella muerta llamada novela nos seguirá iluminando.