Parado entre las mesas estaba un barbudo envuelto en una percudida capa de terciopelo rojo con un sombrerito verde del que salía una pluma de cuervo. Parecía utilería de teatro viejo, el vestuario sobrante de alguna representación del el Barbero de Sevilla en los años 70. Llevaba unos jeans grasientos y unos huaraches. Su barba era de un gris negruzco. Aunque era la suya una voz afectada por años de tabacos rudos y alcoholes pendencieros, la potencia de su timbre inundaba todo el recinto como si hablara con un micrófono. Como nadie acertaba a romper el incómodo silencio, el viejo siguió recitando estrofas mientras yo permanecía callado y sin saber qué hacer desde mi pódium de orador. Cuando el viejo intentó acercarse hasta la mesa principal, dos de los meseros se interpusieron en su camino y lo sujetaron. Nunca lo hubieran hecho. El barbudo empezó a proferir insultos seguidos de escalofriantes alaridos.
“Voto al diablo bellacos, canalla infame, pillastres malnacidos, jijos de la chingada”, gritaba el barbudo mientras los meseros lo intentaban echar fuera del salón a empellones. En el forcejeo cayó al suelo el gorrito y los empleados se tropezaban con la capa de terciopelo que arrastraba por la alfombra mientras el viejo se sacudía dando torpes patadas al aire.
Saturday, August 10, 2013
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