XXXI FERIA DEL LIBRO AL CECUT
Por razones de mi oficio, he tenido la oportunidad de recorrer en los últimos años varias ferias librescas a lo largo y ancho del país. He visitado ferias que se celebran en modernos centros de convenciones con una logística de primer mundo. Ferias pequeñas, como las de Chihuahua y Los Mochis, que tienen como sede la plaza pública del municipio. Ferias, como la del Palacio de Minería, que optan por un recinto que derrocha tradición e historia, aunque su organización sea un caos. Finalmente he visitado ferias, como las de Hermosillo y Tijuana, que optan (u optaban) por ubicarse en el estacionamiento del centro comercial más concurrido de la ciudad. La mejor noticia que nos trae la XXXI Feria del Libro de Tijuana, es su mudanza al Cecut, una medida sin duda acertada. El Centro Cultural Tijuana debería ser la sede natural e indiscutible de una feria madura como la nuestra. Ya fue su sede hace muchos años cuando la feria era aun más pequeña y cabía entera en la Bola. Después la feria se volvió gitana y anduvo vagando de Palacio Municipal a la Avenida Revolución, para acabar en los últimos años en el estacionamiento de Plaza Río, hasta que en este 2013 vuelve por fin al Cecut. La verdad es que si tenemos el mejor centro cultural de todo el Noroeste, no hay razones para que la gran fiesta de los libros busque acomodarse en el estacionamiento de una plaza comercial. La de Tijuana es una feria longeva que supera en antigüedad a la mismísima FIL de Guadalajara o a la de Monterrey. Destacable es que contra viento y marea se ha mantenido, en gran parte por el esfuerzo de quijotes del libro como Alfonso López, pero por desgracia es una feria que no ha crecido al nivel que la región le permitiría. Cierto, está muy por encima de todas las ferias del Noroeste, pero creo que la dinámica cultural de la ciudad y su ubicación geográfica da para mucho más, al menos en lo que se refiere al nivel de los escritores participantes y la variedad de títulos que se pueden encontrar. Vaya, con toda franqueza pienso que no es un sueño guajiro pensar que nuestra feria estuviera por lo menos al nivel de la de Monterrey. El derroche de optimismo nunca ha sido mi fuerte, pero en esta ocasión tengo fundados motivos para pensar que la XXXI edición puede marcar un parte aguas en la historia de la feria. Por primera vez hubo un Consejo Literario externo, absolutamente diverso en su integración, que hizo propuestas concretas de libros y escritores, además de valorar candidatos y sugerencias para presentaciones. El programa artístico y literario es variado y tiene exponentes para todos los gustos. Mención aparte el que nos visite una escritora de la estatura intelectual y la trayectoria de Margo Glantz, además de lo acertado que me parece el que se hayan incluido mesas redondas y paneles dentro del programa. Enhorabuena por la fiesta de los libros y a disfrutarla.