Pájaros amarillos
La Guerra de Irak ya ha inspirado su primer clásico y se llama Los pájaros amarillos. Su autor, el joven Kevin Powers, tiene alma de poeta antes que de narrador. Kevin es un veterano de la guerra de Irak. A sus 21 años fue enviado al frente de batalla, aunque su manera de narrar contrasta con lo que uno podría imaginarse de un libro sobre un conflicto que aun no pierde actualidad. La estructura no es la de una obra de denuncia o crónica periodística testimonial sobre la guerra. De hecho lo primero que sorprende de Los pájaros amarillos es su lenguaje. Su narrativa evidencia al buen lector de poesía que debe ser Powers. Vaya, tiene más alma de poeta que de cronista bélico. Su libro no consiste en describir las atrocidades de la guerra, denunciar a Bush como un genocida o revelar si los iraquís tenían o no armas químicas. La cara oculta de la guerra de Irak representó la apoteosis de la blogósfera y la militancia activa pacifista, sin embargo en Los pájaros amarillos no hay, por fortuna, ni pizca de Michael Moore o Wikileaks. En la novela de Kevin Powers la guerra es ante todo un viaje interior, un sumergirse en el corazón de las tinieblas del alma humana. De entrada, llama la atención la manera en que su prosa dota de personalidad a la guerra, como si fuera un ente vivo, un espectro ingobernable e insubordinado a la voluntad de los hombres. También el paisaje y los elementos adquieren vida propia. Las descripciones del entorno son de pronto asaltadas por una imagen poética. Sí, estamos en 2004, en ciudades iraquís convertidas en pueblos fantasmas tapizados de cadáveres, pero el relato de Powers podría ser el relato de cualquier conflicto bélico. Lo que trasciende no son las batallas o los actos “heroicos”, sino la manera en que la guerra se mete en el corazón y en la mente del soldado. La guerra es un hecho concreto, pero es también un estado psicológico. La novela de Powers va dando saltos en el tiempo, pero la guerra es omnipresente, aun cuando el soldado no esté en el campo de batalla. Primero la guerra es la sombra que se intuye, la gran fatalidad abismal hacia donde los soldados se dirigen. Después la guerra es el martirio bajo un sol verdugo; los mil y un cuerpos anónimos despedazados; la inminencia de la propia muerte; la absoluta vulnerabilidad de un cuerpo frágil. Al final la guerra se vuelve un fantasma terco, un compañero de viaje molesto, un insomnio perpetuo; la guerra como enfermedad incurable. La narrativa de Powers puede prescindir de denuncias concretas o manifiestos por la paz. La guerra es ataviada con el traje del absurdo y el sinsentido. Los pájaros amarillos es también una novela sobre la amistad, sobre el impulso por proteger al otro aunque sea casi un desconocido. Es también (y acaso por eso me sedujo) el dilema entre las cartas marcadas de un destino tirano e irrenunciable en donde el mártir de batalla no puede renunciar a su papel, o el capricho de una aleatoriedad ciega y juguetona donde unos centímetros o unos segundos son la diferencia entre estar vivo o muerto. Acaso un drama tan antiguo como la humanidad.