¿Sveltana o Partisano?
Una tarde en la finca Mirko les dio una sorpresa: seguirían al Estrella Roja hasta Croacia en su partido de visitante contra el Dynamo Zagreb. Aquel partido no podía perderse y Estrella requería el apoyo de sus fieles seguidores para ganarlo. Pero cuidado, advirtió. No había que perder de vista que irían a pisar territorio enemigo. Esos putos croatas eran unos traidores y nosotros estaríamos ahí para darles una lección, gritó Mirko. Había que estar muy atentos. Si alguien sacaba una bandera de cuadros rojos o entonaba un canto independentista iba a pasarlo muy mal.
El autobús a Zagreb fue una fiesta, pero al llegar a la ciudad te quedó claro que aquello no serían vacaciones. En los alrededores del estadio no había una ni dos, sino mil banderas croatas de cuadros rojos y blancos. La tropa azul de radicales del Dynamo Zagreb los esperaban entonando cantos insurgentes llenos de insultos contra Serbia y el gobierno, contra la Iglesia Ortodoxa y el comunismo. Ahí estaban esos sanguinarios nazis descendientes de los ustashas listos para recibir su autobús con una lluvia de piedras. Aquello no era un partido de futbol. Era la guerra y tú estabas ahí para pelearla. En teoría ibas ustedes en plan de castigadores, a someter a con los puños cualquier manifestación que oliera a secesionismo croata, pero al final acabaron forzados a defenderse como gatos patas arriba cuando una tormenta de rocas les dio la bienvenida. Si no pasaba algo extraordinario, tu cabeza rota por los partisanos iba a ser una caricia en comparación a lo que te esperaba con esos malditos ustashas. Las opciones eran claras: matar o morir, pues los croatas ya cargaban contra el autobús tratando de voltearlo. Había que dispersarlos y su única opción era salir del autobús arremetiendo a garrotazo limpio. En tus manos había un bastón y una cadena. Mirko se puso de pie y enseñó una pistola. Los tiros dispersarían a esos nazis de mierda, grito Mirko. Ahora verían esos croatitas homosexuales lo que significaba enfrentarse a una verdadera tropa serbia. Cuando la puerta del autobús se abrió fuiste el primero en salir y sin duda tu altura y tus gritos furiosos sorprendieron a los croatas. Tu primer bastonazo cayó seco y contundente sobre una cabeza croata a la que sentiste romperse como un huevo. Eran decenas o cientos de ustashas los que te rodeaban pero tu bastón estaba haciendo estragos. Tras de ti había bajado el resto de la tropa, pero aun así los croatas los superaban en número, hasta que Mirko, parado en el techo del autobús, disparó su pistola contra el pavimento. Los disparos provocaron una estampida. Los croatas eran multitud pero no estaban preparados paran enfrentar armas de fuego. Sobre el pavimento viste algunos ustashas tirados en medio de charcos de sangre. Las sirenas de la policía irrumpieron en escena. Si habías matado a un hombre con tu bastón estabas perdido como perdido estaba Mirko por haber disparado su arma. La policía cargó contra ustedes y ni siquiera opusiste resistencia cuando sentirse el primer macanazo en tu espalda. Una hora después yacías esposado en una celda escuchando los gritos de los policías croatas.
-Serbios asesinos, yo me encargo de que en la prisión les dejen bien roto el culo-, gritaba el que parecía ser el comandante. Sin embargo, nada de eso sucedió. Al día siguiente fueron liberados sin cargos penales en su contra. Ni rastro en el expediente de la pistola de Mirko o de las cabezas partidas por tu bastón. Dos burócratas serbios de traje y corbata fueron por ustedes y salieron de ahí desafiando las miradas de odio de los policías croatas que debían tragarse la humillación de verlos liberados.
-Basura de serbios, debimos prenderle fuego al autobús cuando ustedes estaban dentro-, alcanzó a murmurar por lo bajo uno de los agentes.
El camino de regreso a Serbia transcurrió entre risas eufóricas reviviendo una y otra vez el relato de las cabezas partidas y la estampida croata, corriendo despavorida ante los balazos. Lo repetían y lo relataban una y otra vez como si se tratara de un poema épico.
-Mierda de ustashas traidores, a tragarse la derrota nazis malditos, la tropa de Arkán somos intocables-, gritaba Mirko. En efecto, eran intocables y se habían permitido ir a delinquir en una ciudad enemiga sin consecuencias para ustedes. Bastaba una simple llamada de Belgrado para doblegar a Zagreb. Sin embargo, si algo te quedó muy claro, es que nunca en tu vida te habían mirado con tanto desprecio como los croatas que apedrearon su camión o los policías que debieron liberarlos por órdenes superiores. Ahí había odio en estado puro y el odio no podía maquillarse. La guerra había comenzado.