Párrafo mostrenco de Elogio del viene-viene (atrapado en la segunda persona narrativa)
Detrás de ti hay una historia y un nombre. Te llamas, digamos, José de Jesús y naciste a mediados o finales de la década de los sesenta en el municipio de San Pedro Lagunillas, Nayarit. Si hubieras nacido dos o tres décadas después, hubieras tenido elevados posibilidades de llamarte Jonatan, Brandon o Walter, pero naciste en una época donde el santoral católico aun imponía su ley en las familias mexicanas. Fuiste el cuarto hijo de una familia encuadrada dentro del rango que los estudiosos del desarrollo social clasifican como pobreza patrimonial y de capacidades, si bien hubo temporadas en las que tocaste las fronteras de la pobreza alimentaria. Naciste y creciste pobre en un entorno sin demasiadas oportunidades de desarrollo. De acuerdo, creciste junto a una bella laguna que en alguna época estuvo repleta de pescado blanco, suficiente para no morir de hambre y poder ofrecer algo a los pocos turistas. No fue el tuyo un entorno yermo, árido, estéril de donde fuera imposible exprimir gota. Con un poquito de imaginación e inversiones tal vez tu lugar en el mundo hubiera conocido algo parecido al desarrollo, pero lo cierto es que en tu hogar nunca hubo dinero freso y tampoco una tormenta de innovadoras ideas para sacar a la familia de la miseria. Lo rescatable de tu infancia, aquello que en tu subconsciente quedó almacenado como un recuerdo idílico, fue el haber crecido jugando la orilla de una laguna donde en días de calor era una delicia bañarse. Digamos que fue la única abundancia a la que tuviste derecho y en cualquier caso creo que se es un poco más feliz cuando se crece junto a una laguna campirana, que en un derruido Infonavit en las inmediaciones de una zona industrial. Claro, tu infancia tuvo sus puntos malos, que en realidad fueron bastantes más que los buenos.