Un poquito de Elogio del viene-viene
Lo que viene es posible imaginarlo y juro que no será ésta una nueva historia de las desgracias aparejadas al fenómeno migratorio. Me ahorro la descripción del pollero contactado en Tijuana, de las montañas en Tecate, del desierto en Mexicali, de la Patrulla Fronteriza, de las humillaciones, las injusticias, el desarraigo y la nostalgia. Mejor escuchar La tumba del mojado o La jaula de oro de los Tigres del Norte y evitarnos la perorata de lugares comunes. Sólo puedo decir que en la época en que cruzaste por vez primera (principios de los años 90) el escenario no era tan complicado para los migrantes. La Operación Guardián no había arrancado y la paranoia antiterrorista aun no blindaba las fronteras, así que cualquier pollero mediocre con una mínima dosis de sentido común en la sesera podía cruzarlos sin tantos problemas (lo que no te exentó de dos intentos frustrados por la Border) En el momento en que escribo estas palabras, uno o varios académicos investigadores del Colegio de la Frontera Norte reunidos en una hermosa oficina con vista al mar, dan los últimos toques a un nuevo estudio (el enésimo en realidad) cuyo título es algo así como “Comportamiento y tendencias del fenómeno migratorio en el mundo globalizado del Siglo XXI. Perspectivas y análisis comparativo”. Tres cuartas partes de las 859 páginas del estudio serán citas bibliográficas y referencias a otros estudios elaborados por el mismo colegio, mismos que nadie, con excepción de los académicos, leyó nunca. El espacio restante será ocupado por tablas comparativas, gráficas y citas de investigadores extranjeros con nombres rimbombantes. Para hacer ese estudio, los académicos colegiados tardaron más o menos cuatro años y medio sumergidos en profundas disertaciones en sus oficinas con vista panorámica al Pacífico. Cuando el estudio estuvo listo lo presentaron con gran pompa y con esmero en una ceremonia a donde acudió el subsecretario de Población de la Segob, el delegado del Instituto Nacional de Migración, el cónsul de México en Los Ángeles y se habló, claro está, de la inminencia de un nuevo acuerdo migratorio para los trabajadores temporales, de la política exterior mexicana en tiempo de recesión global, que el gobierno de Obama debía ser más tolerante. Se habló, se pronunciaron discursos, se elaboró un boletín de prensa, se fueron beber vinos caros del Valle de Guadalupe a un restaurante de cocina Baja-Med y al final los asistentes a quienes regalaron el libro, lo refundieron en lo más profundo de sus bibliotecas, ricas en ejemplares aun envueltos en plástico y los que llegaron de fuera lo dejaron olvidado en el asiento del avión. Mientras éste y otros cientos de estudios académicos eran elaborados y presentados en foros de investigadores, diplomáticos e intelectualoides de diversa calaña, tú te deslomabas trabajando en medio de ninguna parte en algún suburbio de Oakland, desempeñándote dentro de las inciertas y nunca bien definidas labores de un chalán de construcción, lo que incluía desarrollar toda una serie de labores que exigían un derroche de esfuerzo físico y nula creatividad, limitándote a recibir órdenes casi nunca amables. He dicho que no me extenderé demasiado en tu vida como migrante mexicano en California. Me limitaré a aclarar que a tu esposa Eulogia y a las dos hijas que parieron allá en San Pedro Lagunillas no volviste a verlas nunca. Cierto, fuiste un migrante desobligado e irresponsable, pero esta historia no es un sermón y lo más probable es que Eulogia se haya juntado con otro hombre cuando intuyó que tu ausencia se prolongaría un poco más de lo prometido. Puedo jurarte que no voy a caer en el odioso y predecible lugar común de decir que tu sueño americano se transformó en pesadilla, porque tampoco te la pasaste tan mal. Baste con señalar que si bien no te hiciste rico y ni siquiera pudiste aspirar a vivir en las cercanías de eso que se llama estándares de comodidad, ganaste los dólares que jamás hubieras podido ver en tu tierra nayarita.