El fuego creador de Carlos Fuentes
Escribo estas palabras instantes después de enterarme de la muerte de Carlos Fuentes. Escribo, con plena conciencia de que su lugar en la literatura mexicana no será ocupado. La dimensión de su obra y su tiempo hacen imposible que Fuentes tenga un heredero o sucesor. Fuentes queda en la historia como el gran novelista mexicano. Si bien su obra ensayística es notable, -con mención honorífica para El Espejo Enterrado- Fuentes fue sumo sacerdote en el arte de la novela; de la novela ambiciosa, la novela total, la que busca aprehender un macrocosmos. En la Región más Transparente, por ejemplo, el gran personaje es una ciudad, una sociedad y una época. El México del alemanismo se desdobla e inmortaliza en cada página, de la misma forma que La Muerte de Artemio Cruz es la sinfonía de la revolución institucionalizada en la figura del viejo caudillo que ha aprendido a salir triunfador en el campo de batalla de la corrupción. Lo que más duele de la muerte de Carlos Fuentes, es saber que su obra se interrumpe de golpe y porrazo. A diferencia de otras vacas sagradas que se dedican únicamente a cosechar loas y recibir premios sin escribir una sola línea en su madurez, Fuentes, a sus 83, era un escritor activo y vital, tal vez mucho más que muchos narradores jóvenes. Fuentes escribía todos los días y aunque son sus obras del siglo pasado las que se han inmortalizado, su producción en el Siglo XXI es vastísima y de lo más diversa. Desde el muy actual Adán en Edén o su visceral compilación Contra Bush, hasta los cuentos góticos de Inquieta Compañía. Al leer una de sus últimas entrevistas en el diario El País, queda claro que a este señor de 83 años le sobraba vida y ganas de vivir: Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, Federico en su balcón, pero ya tengo uno nuevo, El baile del centenario, que empiezo a escribirlo el lunes en México. La escritura, lo sabía bien Fuentes, es antes oficio que inspiración divina y el escritor, como el carpintero, debe trabajar todos los días. Me levanto por la mañana y a las siete y ocho estoy escribiendo. Ya tengo mis notas y ya empiezo. Así que entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo. Razones para vivir, razones para escribir. Sobran los modernos minimalistas empeñados desde hace años en leer el acta de defunción de la novela. Sus palabras se las lleva el viento. Yo estoy chapado a la antigua y soy de los que disfruta de la novela más clásica por encima de los bodrios contemporáneos y si por improbables azares del destino llegara a vivir demasiados años, mi único deseo sería tener ese fuego creador capaz de motivarme a liberar palabras insurrectas cada nueva mañana de mi vida. Por Daniel Salinas Basave
Tuesday, May 15, 2012
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