Eterno Retorno

Monday, February 13, 2012




Caminas cuesta arriba por la calle José Benítez la soleada mañana del lunes 8 de julio de 1991. En las portadas de todos los periódicos y en las conversaciones de los adultos que escuchas en el Ruta 17 a bordo del cual viajas desde tu nicolaita hogar, se habla de las elecciones celebradas el día anterior, donde un economista grillo, corrupto y rojillo oriundo de Linares llamado Sócrates Rizzo, le ha ganado la gubernatura de Nuevo León a un panista fresón y aburguesado (¿no es pleonasmo?) de la del Valle llamado Rogelio Sada Zambrano. Por el naciente partido del sol ha contendido un viejo echeverrista reciclado en izquierda llamado Lucas de la Garza, pero aunque tú te consideras a ti mismo un anarquista enfrentado a la tiranía que oprime el mundo, la realidad es que la política local te vale madre. Dicen que de joven Sócrates Rizzo perteneció a la Liga Espartaco Leninista y que fue uno de los inmundos conspiradores que fraguaron el secuestro del santísimo patrono de tu ciudad, don Eugenio Garza Sada, intento fallido que derivó en asesinato, conmocionando a la regia sociedad que en masa lo lloró en su multitudinario funeral cuando el horno no estaba para bollos y los jerarcas del Grupo Monterrey encabezaban en Chipinque una intentona secesionista para separar al Noreste de ese puerco país corrupto gobernado por el timorato de la guayabera. Cuando don Eugenio Garza Sada caía abatido por las balas de los guerrilleros de la Liga 23 de Septiembre, tú estabas en la panza de tu madre, que tendría entonces apenas un mes y medio de gestación y acaso ni siquiera había reparado en que se encontraba en estado de gracia. Seis días antes de la muerte de don Eugenio, pero lejos, lejísimos de ahí, los militares chilenos bombardeaban el Palacio de la Moneda en Santiago y las alamedas por donde caminaría el hombre libre, quedaban confinadas a un cruel y dictatorial invernadero tras la inmolación de Salvador Allende. Los editorialistas de tu ciudad festejaron y alabaron el golpe de Pinochet, mientras encendían veladoras para que un ejército de norteños se decidiera de una buena vez a derrocar al inmundo guayabero populista. Pero estamos en 1991, no en 1973, y han transcurrido 18 años, casi tu edad, desde aquellos aciagos días en los que tú eras un embrión y los jóvenes que tenían tu edad, soñaban con traer la justicia social a punta de bombas Molotov. Nunca como en esos primeros años de los 90 en que transcurre nuestra historia fue más desolador y absurdo declararse comunista, socialista o ligeramente tirado a la izquierda. Nunca causó tanto rechazo e incomprensión hablar de justicia social e igualdad. En 1991 los globalifóbicos aun no surgen en el mapa, a los neozapatistas de Marcos les faltan dos años y medio para presentarse en sociedad y el todopoderoso becerro de oro que truena sus chicharrones en el mundo entero es esa bestia llamada neoliberalismo. La moda es privatizar, reprivatizar, pedir créditos millonarios, gastar dinero de aire y entregarse sin freno a la orgía de las compras. La década de los nuevos ricos ha dado comienzo. Sea usted bienvenido. ¿Lo dudas?