Eterno Retorno

Thursday, October 06, 2011


Esa región límbica llamada aeropuerto, ese estar en ninguna parte con una conexión que apenas regala diez minutos gratis y el CANCELADO en letras rojas brillando en la pantalla justo en el renglón que corresponde al vuelo 812 que debió despegar a las 16:40 rumbo a la Ciudad de México y perderse en este cielo de nubes negrísimas. Cielo tijuanense vistiendo su traje más oscuro, su gala de tormenta, su rostro de presagio. Creo que esta es la primera vez que estoy solo en una sala del aeropuerto de Tijuana, sin un solo pasajero a mi alrededor. Sólo unos cuantos empleados de azul y las sombras de la tarde. Dos horas me faltan para perderme en ese cielo que hoy sólo es oscura intuición y a las seis de la tarde será diluvio y trueno. Octubre es un viento cargado de fantasmas. También fue un día de Octubre, pero de 1996, cuando pasé más de ocho horas dentro de un desolado aeropuerto en Reikjavik Islandia. El vuelo de Icelandair procedente de Boston me dejó ahí en la mañana, pero como la capital islandesa no es un modelo de tráfico aéreo, el aeropuerto simplemente se cierra y se queda sin gente, con los negocios cerrados. Cada uno los 600 dólares que llevaba en la bolsa debía ser maximizado y no me sobraban las coronas necesarias para dar una vuelta por Reikjavik y volver al aeropuerto para tomar mi vuelo a Londres (regresaría a Islandia un mes después y ahora sí con tiempo para congelarme a gusto en sus calles, pero esa es otra historia. Hoy hablamos de aeropuertos vacíos) Un día de octubre, en 2007, estando en el consultorio de la veterinaria que atendía a Morris, recibí una llamada del periódico: me iría a México a cubrir el fallo definitivo del tribunal electoral en torno a la impugnación presentada por el equipo de Jorge Hank Rhon. Era un típico día de otoño bajacaliforniano con sus vientos de Santa Ana. Aquel día, al igual que ahora, escuchaba el Live Consternation de Katatonia, el disco que hace juego con una tarde así, tan oscuro como el cielo, tan denso como las sombras de la ventana. La salud de Morris ya estaba hecha pedazos y aunque nos negábamos a siquiera intuirlo, en aquel octubre le restaban apenas dos meses de vida. Mi estancia en México se alargó más de la cuenta, el Trife la hizo de emoción con su fallo, pero al final le dio la Gubernatura a los panistas. Cuatro otoños después estoy aquí, de nuevo en el aeropuerto de Tijuana, de nuevo viajando a la Ciudad de México y de nuevo haciéndolo por un tema relacionado con el personaje que me hizo viajar aquel día. Quién carajos duda a estas alturas de la existencia del Mito del Eterno Retorno, de ciertas necias aleatoridades, destinos de tragedia griega.
Dos títulos de canciones zumban como moscardones en mi cabeza: Its a long way to the top de AC DC y Be careful what you wish for de Yngwie Malmsteen. Es un largo camino, larguísimo, lo pensaba hoy a las 7:00 mañana cuando el azul profundo de un cielo desnudo cubría la Laguna Salada. La carretera se extendía con su cuerpo de eternidad y con esa pinta de ser la autopista de otro planeta, la desolada ruta de un mundo postapocalíptico. En Mexicali jamás duermo bien. Mexicali y yo no nos queremos. Sin dormir apenas, tomé camino rumbo a Tijuana al amanecer y de pronto pensé que la Laguna Salada y La Rumorosa son el mundo después del fin del mundo y que por vez primera en la vida estoy sabiendo lo que es chingarse en serio. ¿Quieres cumplir tus deseos? Chíngate, sacrifícate y muerde unas dosis de polvo. Y entonces viene el asalto de la siguiente pregunta ¿De verdad lo deseas? ¿No estarás firmando tu pasaporte al infierno? Ten cuidado con que deseas amigo mío. De verdad cabrón: ten cuidado, porque vas a acabar pidiendo esquina, diciendo que el Diablo te simpatiza, pero prefieres esa zona de confort tan parecida al cielo de los devotos pavos, donde la realización es dormir tranquilo y despertar para cumplir con un trabajo sin gloria. En una tarde como estas se te aparece un Demonio vistiendo un traje improbable o un espectro de otra vida bajo la figura de una pareja de ancianos recargados en la ventana. Alguien te habla y tuerce para siempre tu rumbo o abordas ese avión y de pronto reparas en que vuelas a ninguna parte, al final de la noche, al final de la tormenta, a la ruta sin salida de tus compulsivas alucinaciones. El avión que caerá despedazado bajo la lluvia y ni siquiera pensarás en las palabras no escritas, en los pensamientos no aprehendidos, en todos esos sueños que revolotearon como abejorros, como ángeles teporochos en el exilio, en los garabatos compulsivos que escribiste en la última página de los libros, en las firmas nerviosas. Hoy es el futuro y aquí es otra parte. Esta sala vacía de aeropuerto es la estación de mi existencia a la que he llegado justo ahora, inmerso en la línea de sombra. Dope Fiend Blues. La voz de Mike Ness es la voz de esta desolación. Voz de aguardiente, de ese rockabilly aguardientozo, días de whisky malo, de alucinaje en oferta. No he despegado de Tijuana y ya extraño a los míos. Contando la inútil noche en Mexicali y las inciertas noches en el DF, me espera un abismo lejos de los míos. Tan simple como que nunca he pasado tanto tiempo lejos de Iker.