En el Universo Iker rigen otras reglas y hay otra percepción del tiempo. Tal vez por eso hasta este día he reparado en que cambiaremos de década. Yo, con una mente tan obsesivamente cronológica (me confieso un devoto de las fechas), olvidé que mañana acaba un decenio. Tal vez en el Siglo XX regía otro condicionamiento psicológico. Como si de 89 a 90 me resultara más radical el cambio que de 09 a 10. Sin embargo, pasado mañana ya no escribiremos dos ceros en el año. Vaya, obsesionado con la Historia, estaba más preparado para recibir el año del Bicentenario que el primer año de la nueva década.
¿Qué hice de 1979 a 1980? Bueno, tenía cinco años y lo más que recuerdo de ese primer cambio de década fue el Mustang 79 (aunque hoy no distingo un carro de otro y sólo se que tienen cuatro ruedas, siendo muy pero muy pequeño desarrollé un fervor por los automóviles) También recuerdo que salí a repartir una revista o suplemento que hacía mi tía Emilia en cuya portada se leía: “Llegaron los 80” Según recuerdo, algo me pagó por el trabajo de repartidor. ¿El primer sueldo de mi vida? De la pinche letra impresa tenía que haber salido. Eso de los papeles con tinta ha sido el karma de mi vida.
De 1989 a 1990 sí lo tengo muy claro. Dieron las doce y lancé un tiro a la canasta. Encesté. Era un aro de básquet que teníamos en el patio de la casa de Cerrada de Yuridia en la Herradura allá en Huxiquilucan. Eran los tiempos de la invasión a Panamá, del derrocamiento de Ceacescu en Rumania. Toda la regia familia acudió a visitarnos esa Navidad. Me hermano Adrián tenía 13 días de nacido y era aún más pequeño de lo que es Iker hoy, que con sus 22 días es ya un niño grande.
De 1999 a 2000 también lo recuerdo perfectamente. ¿Se vale contar intimidades? Bueno, recibimos el cambio de milenio de la mejor forma posible: cogiendo. Fue la más deliciosa forma de recibir una nueva era en nuestro depita de Playas. Entre los fantasmas de Y2K y los rumores de Apocalipsis llegó el 2000 y nada extraordinario pasó. Ahora caigo en la cuenta de que diez años, son diez años. Éramos taaan jóvenes.
De 2009 a 2010 lo pasaremos girando en torno al Sol de nuestras vidas, el único centro de toda nuestra atención. La duda es si estará dormido o despierto, de lo cual dependerá que nosotros lo estemos. Poco a poco hemos ido aprendiendo a que cuando él duerme, sea la hora que sea, hay hacer lo posible por tratar de dormir nosotros también, porque no sabes cuándo volverás a tener chance de volver a dormir. Hay un malbec, regalo de nuestro amigo Pedro, aguardando su turno en la cava. El fin de la década es un pretexto inmejorable, aunque no descarto recibir el año con un vaso de leche.
El día que el mundo se acabe yo no voy a darme cuenta. El terremoto me agarró comiendo tacos varios. La gente salió despavorida de Palacio Municipal y Centro de Gobierno. “La Baja California se resquebraja, la falla de San Andrés devastará ahora sí la Península”. Yo ni por enterado me di. Fue, según dicen, el terremoto más cabrón en años con epicentro en el poblado de Guadalupe Victoria en Mexicali. Casi seis graditos. Yo ni siquiera los sentí y no parece ser que los tacos hayan caído particularmente pesados. Si el Apocalipsis de San Juan se ha consumado este día, alguien tendrá que venir a notificarme, pues yo no me he dado cuenta.
Y el mundo comienza a cantar, si das con la palabra mágica
Joseph von Eichendorff. Varita mágica
Fichte, Schiller, Goethe, Schelling. Crecí escuchando esos nombres de boca de mi Abuelo, quien se sumergió profundo en las aguas del Romanticismo Alemán. Tema recurrente en sus libros y conferencias, sólo por debajo de San Agustín y Santo Tomás. De hecho es autor de un libro titulado “El Romanticismo Alemán”, publicado en 1964 (un año antes del célebre Metafísica de la Muerte) mismo que no poseo en mi biblioteca (en mi librero están apenas una cuarta parte de los libros que escribió mi Abuelo)
En el fondo, o mejor dicho en la superficie, soy un hijo de dicha tradición romántica germana, un involuntario discípulo del Werther. Para cerrar el año cae en mis manos “Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán” de Rüdiger Safranski. Un par de gratas experiencias con el autor anteceden a este libro. La biografía intelectual de Nietzsche escrita por este filósofo es el mejor tratado ensayístico que he leído sobre el creador de Zaratustra. Poco después cayó en mis manos “Un maestro de Alemania. Heidegger y su tiempo” y tengo pendiente “Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía”. Creo que cuando de bucear en filosóficos abismos se trata, Safranski es mi mejor compañero. Ahí va una probadita:
“El espíritu romántico es multiforme, musical, rico en prospecciones y tentaciones, ama la lejanía del futuro y la del pasado, las sorpresas en lo cotidiano, los extremos, lo inconsciente, el sueño y la locura, los laberintos de la reflexión. El espíritu romántico no se mantiene idéntico; más bien se transforma y es contradictorio, es añorante y cínico, alocado hasta lo incomprensible y popular, irónico y exaltado, enamorado de sí mismo y sociable, al mismo tiempo consciente y disolvente de la forma. Goethe, cuando ya era un anciano, decía que lo romántico es lo enfermizo…Pero lo enfermizo tampoco era demasiado extraño para él”.
“Hacerse a la mar significaba para Herder cambiar el elemento de la vida, trocar lo firme por lo fluido, lo cierto por lo incierto, conquistar distancia y extensión…Balanceado por los vientos suaves del Mar del Norte, se entrega a la tormenta de sus pensamientos: ¡En cuántas esferas hace pensar una nave que fluctúa entre el cielo y el mar! ¡Aquí todo da al pensamiento alas, movimiento y dimensiones atmosféricas!”
Irremediablemente, vuelvo a hablar de libros. Si algunos vicios quedan atrás, la lectura confirma su incurabilidad. Esta bibliofilia es una enfermedad crónica que no conoce rehabilitación alguna. El año de Iker estuvo rodeado de grandes libros. Mientras aguardaba su llegada, me deslizaba en las nórdicas nieves ensangrentadas. De mi confesa debilidad por Mankell, salté al sorprendente (y acaso más comercial) universo de Stieg Larsson y su Lisbeth Salander. La atmósfera de Millenium contagió la espera de Iker. Para cerrar el año, otra novela negra sueca escrita por otra Larsson que no es pariente de Stieg (apellidarse Larsson en Suecia debe ser como ser González en México). Aurora boreal de Asa Larsson está resultando una grata sorpresa. Ahora la sangre salpica las nieves eternas de Kiruna, una ciudad en el límite del Círculo Polar Ártico donde las noches invernales son eternas. De todo lo que leí este año, si tuviera que elegir una obra únicamente por la prosa, me quedó con Casi nunca de Daniel Sada si bien Réquiem para un Ángel de Jorge F. Hernández, con todo y su confesa vocación de Región más transparente del Siglo XXI, tiene buenas dosis de poesía sin desperdicio. El autor que más leí en el 2009 fue el chileno Luís Sepúlveda. Novelas breves las suyas, algo inocentes y simples, pero entrañables, como el Viejo que leía novelas de amor, la Lámpara de Aladino y Patagonia Exprés. En cualquier caso, lo prefiero a su compatriota Bolaño, de quien este año leí El gaucho insufrible, sólo para seguir preguntándome una y otra vez ¿qué chingados le encuentran a Bolaño que lo han entronizado de esa forma? De verdad, que alguien me explique, porque yo no logro sacarlo del montón. La más alta expresión de un autor sobrevaloradísimo. No es malo, pero Piglia y Vila Matas, que serían comparables en cuanto estilo, lo superan ampliamente. Leí los Papeles inesperados de Cortázar, La cuarta espada de Roncagliolo, el México acribillado de Moreno, el minimalista Seda de Baricco, el Encuentro de Kundera, las Ficciones de la revolución de Solares. Leí Llamadas telefónicas de Caparrós, la Operación masacre de Walsh y el Palacio de la Luna de Auster. Leí El mundo de hoy de mi colega Kapuscinski y La razón de los amantes de Simonetti. Leí y releí, como siempre, mucha Historia y estoy leyendo y releyendo a Shakespeare. El libro que cierra el año y será mi primera lectura del 2010 es uno muy esperado por mí: Invisible de Paul Auster.
El día que el mundo se acabe yo no voy a darme cuenta. El terremoto me agarró comiendo tacos varios. La gente salió despavorida de Palacio Municipal y Centro de Gobierno. “La Baja California se resquebraja, la falla de San Andrés devastará ahora sí la Península”. Yo ni por enterado me di. Fue, según dicen, el terremoto más cabrón en años con epicentro en el poblado de Guadalupe Victoria en Mexicali. Casi seis graditos. Yo ni siquiera los sentí y no parece ser que los tacos hayan caído particularmente pesados. Si el Apocalipsis de San Juan se ha consumado este día, alguien tendrá que venir a notificarme, pues yo no me he dado cuenta.
Y el mundo comienza a cantar, si das con la palabra mágica
Joseph von Eichendorff. Varita mágica
Fichte, Schiller, Goethe, Schelling. Crecí escuchando esos nombres de boca de mi Abuelo, quien se sumergió profundo en las aguas del Romanticismo Alemán. Tema recurrente en sus libros y conferencias, sólo por debajo de San Agustín y Santo Tomás. De hecho es autor de un libro titulado “El Romanticismo Alemán”, publicado en 1964 (un año antes del célebre Metafísica de la Muerte) mismo que no poseo en mi biblioteca (en mi librero están apenas una cuarta parte de los libros que escribió mi Abuelo)
En el fondo, o mejor dicho en la superficie, soy un hijo de dicha tradición romántica germana, un involuntario discípulo del Werther. Para cerrar el año cae en mis manos “Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán” de Rüdiger Safranski. Un par de gratas experiencias con el autor anteceden a este libro. La biografía intelectual de Nietzsche escrita por este filósofo es el mejor tratado ensayístico que he leído sobre el creador de Zaratustra. Poco después cayó en mis manos “Un maestro de Alemania. Heidegger y su tiempo” y tengo pendiente “Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía”. Creo que cuando de bucear en filosóficos abismos se trata, Safranski es mi mejor compañero. Ahí va una probadita:
“El espíritu romántico es multiforme, musical, rico en prospecciones y tentaciones, ama la lejanía del futuro y la del pasado, las sorpresas en lo cotidiano, los extremos, lo inconsciente, el sueño y la locura, los laberintos de la reflexión. El espíritu romántico no se mantiene idéntico; más bien se transforma y es contradictorio, es añorante y cínico, alocado hasta lo incomprensible y popular, irónico y exaltado, enamorado de sí mismo y sociable, al mismo tiempo consciente y disolvente de la forma. Goethe, cuando ya era un anciano, decía que lo romántico es lo enfermizo…Pero lo enfermizo tampoco era demasiado extraño para él”.
“Hacerse a la mar significaba para Herder cambiar el elemento de la vida, trocar lo firme por lo fluido, lo cierto por lo incierto, conquistar distancia y extensión…Balanceado por los vientos suaves del Mar del Norte, se entrega a la tormenta de sus pensamientos: ¡En cuántas esferas hace pensar una nave que fluctúa entre el cielo y el mar! ¡Aquí todo da al pensamiento alas, movimiento y dimensiones atmosféricas!”
Irremediablemente, vuelvo a hablar de libros. Si algunos vicios quedan atrás, la lectura confirma su incurabilidad. Esta bibliofilia es una enfermedad crónica que no conoce rehabilitación alguna. El año de Iker estuvo rodeado de grandes libros. Mientras aguardaba su llegada, me deslizaba en las nórdicas nieves ensangrentadas. De mi confesa debilidad por Mankell, salté al sorprendente (y acaso más comercial) universo de Stieg Larsson y su Lisbeth Salander. La atmósfera de Millenium contagió la espera de Iker. Para cerrar el año, otra novela negra sueca escrita por otra Larsson que no es pariente de Stieg (apellidarse Larsson en Suecia debe ser como ser González en México). Aurora boreal de Asa Larsson está resultando una grata sorpresa. Ahora la sangre salpica las nieves eternas de Kiruna, una ciudad en el límite del Círculo Polar Ártico donde las noches invernales son eternas. De todo lo que leí este año, si tuviera que elegir una obra únicamente por la prosa, me quedó con Casi nunca de Daniel Sada si bien Réquiem para un Ángel de Jorge F. Hernández, con todo y su confesa vocación de Región más transparente del Siglo XXI, tiene buenas dosis de poesía sin desperdicio. El autor que más leí en el 2009 fue el chileno Luís Sepúlveda. Novelas breves las suyas, algo inocentes y simples, pero entrañables, como el Viejo que leía novelas de amor, la Lámpara de Aladino y Patagonia Exprés. En cualquier caso, lo prefiero a su compatriota Bolaño, de quien este año leí El gaucho insufrible, sólo para seguir preguntándome una y otra vez ¿qué chingados le encuentran a Bolaño que lo han entronizado de esa forma? De verdad, que alguien me explique, porque yo no logro sacarlo del montón. La más alta expresión de un autor sobrevaloradísimo. No es malo, pero Piglia y Vila Matas, que serían comparables en cuanto estilo, lo superan ampliamente. Leí los Papeles inesperados de Cortázar, La cuarta espada de Roncagliolo, el México acribillado de Moreno, el minimalista Seda de Baricco, el Encuentro de Kundera, las Ficciones de la revolución de Solares. Leí Llamadas telefónicas de Caparrós, la Operación masacre de Walsh y el Palacio de la Luna de Auster. Leí El mundo de hoy de mi colega Kapuscinski y La razón de los amantes de Simonetti. Leí y releí, como siempre, mucha Historia y estoy leyendo y releyendo a Shakespeare. El libro que cierra el año y será mi primera lectura del 2010 es uno muy esperado por mí: Invisible de Paul Auster.
Por cierto, este blog cumplió siete años de ininterrumpido desparrame de porquería.