Siempre trabajo en Navidad. Esta es la décima Navidad que paso trabajando. Estos días son iguales y me costaría reconocer uno del otro. Todas las tardes de 25 de diciembre que he pasado en la redacción han sido idénticas a sí mismas. Leo lo escrito hace cuatro años y podría describir con exactitud lo sucedido este día. Datos más, datos menos, las navidades son clones y por lo que veo, mi vida ha cambiado muy poco. Tal vez la única diferencia es que anoche no cenamos en casa de los papás de Carol sino en casa de su hermana Eugenia en Calafia, en donde pernoctamos. La diferencia es que ahora hubo mucha menos gente que habitualmente. Las fiestas navideñas en casa de mis suegros solían reunir a decenas de personas, algunos de ellos perfectos extraños, almas exiliadas en ese paraje de corazones solitarios llamado Rosarito a los que la aleatoriedad llevaba hasta su puerta. Ahora la cena se limitó casi exclusivamente a la familia y sólo hubo regalos para los niños, pues un pacto de austeridad adulta nos llevó a abstenernos. La cena, como siempre, deliciosa. Buen vinito (el Siglo español no suele defraudarme) y a la media noche ya estaba plácidamente dormido. El café de la mañana en una terraza con la espectacular vista del Pacífico que tienes en Calafia y al medio día a laburar. Manejar desde Popotla hasta La Mesa escuchando power metal, recorrer las calles mojadas de Tijuana, tomar las fotos que se repetirán cada 25 de diciembre, escribir unas cuantas historias
Muy pocos días del año se respira una sensación de paz en las calles de Tijuana y hoy fue uno de ellos. Al menos por una vez no se vivieron congestionamientos viales ni atascos en los cruceros. Tampoco hubo calles cerradas a consecuencia de la línea y los agentes de Tránsito no estuvieron chingando la borrega. Por la mañana las calles lucían desoladas y silenciosas y sobre las banquetas no caminaba ni un alma.
Las calles de la Zona Río, que hasta la tarde del 24 de diciembre estaban atiborradas de clasemedieros que se arrojaban como horda carroñera sobre las plazas comerciales, ayer lucieron en silenciosa calma. La enorme mayoría de los comercios estaban cerrados y al menos por una vez fue posible cruzar sin contratiempos por Paseo de los Héroes y Bulevar Sánchez Taboada.
Fue un 25 de diciembre pintado con la melancolía del Invierno, oscuro, nublado y sometido a la permanente amenaza de lluvia. Los parques y plazas públicas también lucieron solitarios aunque de vez en cuando fue posible ver algún niño estrenando bicicleta bajo la lluvia.
Si bien el Sol nunca “se animó” a salir y hubo mucho viento frío, la verdad es que el diluvio que se pronosticaba para la Navidad nunca cayó sobre Tijuana.
Al final de cuentas, la tormenta no fue tan cruel como se pronosticaba y el 25 de diciembre transcurrió sin desgracias que lamentar a consecuencia del clima.
Aunque por momentos hubo chubascos aislados, lluvias ligeras y el cielo se mantuvo nublado a lo largo de casi todo el día, la realidad es que no se vivió la gran tormenta que se esperaba.
Eso sí, las lluvias que han azotado la región, sirvieron para que Tijuana se reencontrara con los viejos y entrañables “amigos” de sus calles: los baches.
Esta parte fundamental e indivisible del paisaje urbano tijuanense ha vuelto a manifestarse en toda su intensidad en diversas avenidas de la ciudad en donde las lluvias han dejado su huella.
Alcaldes van, alcaldes vienen y pese a la promesa reciclada de hacer que el bache pase al olvido, las calles de Tijuana vuelven a estar irremediablemente abiertas y surcadas de cráteres lunares tras unas cuantas lluvias.
Bueno, esto fue este día, aunque el de hace cuatro años no fue muy diferente.
Esto fue escrito en esta misma redacción y en este mismo escritorio el 25 de diciembre del 2004.
Mientras ustedes diluyen la modorra en sus casas desordenadas y atiborradas de papeles de regalos, mientras ustedes estrenan el nuevo juguete y tratan de entenderle al nuevo videojuego o descifrar las instrucciones en japonés del recién regalado aparato y meriendan en piyamas las sobras del pavo y el puré, yo estoy aquí en la redacción, al píe del cañón, currando duro.
En realidad me siento a gusto de estar aquí. Se respira la pura paz en la redacción, el dulce silencio, la atípica tranquilidad. Sólo unos cuantos estamos aquí y el estrés y las prisas habituales que enmarcan el atardecer en todos los periódicos del mundo, hoy brillan por su ausencia. ¿Se imaginan si así fueran todos los días? Y no, no ha sido precisamente tranquila la Navidad en Tijuana. Del 24 al 25 de diciembre ha habido ocho muertos en nuestra ciudad entre asesinados, suicidios y accidentes diversos, que incluyeron en el macabro repertorio la intoxicación alcohólica de una jovencita de 12 que no sobrevivió a su primera borrachera, además de los infaltables encobijados y encajuelados que la mafia se encarga de sembrar puntualmente cada día.
Las calles están preciosamente vacías. Si todos los días tuviéramos este tráfico, manejar sí que sería un placer. Viene desde Rosarito conduciendo relajadamente por la carretera libre rodeada de flores amarillas y verdes pastos mientras escuchaba el en vivo de Iced Earth en Grecia. El cielo y el mar formando un azul matrimonio perfecto, el viento fresco, el solecito pegando de frente. Ahora mismo me dispongo a escribir la columna con el Rust in Peace de Megadeth en mis oídos y las ganas de irme a tomar unas cervezas noche buenas por ahí... Como verán, no he cambiado un carajo
Recuento de Navidades
La primera Navidad que pasé lejos de la familia fue la de 1994, aquella fatídica del Error de Diciembre, que pasé en casa de mi amigo Salvador Adame en Tecamachalco. La siguiente, la de 1995, la pasé en la sierra de Chihuahua, en el pueblo de Baborigame, una aldea de tepehuanes, en la misión de un sacerdote jesuita (sí señores, aunque ustedes no lo crean este radical ateo tiene muy buenos amigos dentro del clero) Esa Navidad con los tepehuanes fue la más bonita Navidad de mi vida adulta. De niño todas las navidades son mágicas, pero de adulto te acuerdas de muy pocas. Esa de 1995 en Baborigame fue inolvidable. Un pueblo helado, al que sólo podías llegar en avioneta, en medio de la sierra. Si en algún momento de mi vida me he hablado de tú con lo sagrado, fue en ese viaje. En 1996 llegué a casa de mis padres luego de viajar por tierra desde Boston hasta Monterrey, haciendo estratégicas paradas en las más bellas ciudades de la Costa Este. En 1997 la Navidad la pasé con mi amigo Jopyrrako Montero en el ruedo de Real de 14 cagándonos de frío y mirando estrellas. Y desde 1998 hasta las fecha, todas las navidades han sido bajacalifornianas y no tijuanenses por cierto, sino rosaritenses. Las últimas once navidades de mi vida, las he pasado en el Municipio de Playas de Rosarito en algo que ya se ha transformado en una linda tradición. Y en algo que ya se está volviendo también una tradición, los fines de año son con mi familia, allá al píe del Cerro de las Mitras.
Muy pocos días del año se respira una sensación de paz en las calles de Tijuana y hoy fue uno de ellos. Al menos por una vez no se vivieron congestionamientos viales ni atascos en los cruceros. Tampoco hubo calles cerradas a consecuencia de la línea y los agentes de Tránsito no estuvieron chingando la borrega. Por la mañana las calles lucían desoladas y silenciosas y sobre las banquetas no caminaba ni un alma.
Las calles de la Zona Río, que hasta la tarde del 24 de diciembre estaban atiborradas de clasemedieros que se arrojaban como horda carroñera sobre las plazas comerciales, ayer lucieron en silenciosa calma. La enorme mayoría de los comercios estaban cerrados y al menos por una vez fue posible cruzar sin contratiempos por Paseo de los Héroes y Bulevar Sánchez Taboada.
Fue un 25 de diciembre pintado con la melancolía del Invierno, oscuro, nublado y sometido a la permanente amenaza de lluvia. Los parques y plazas públicas también lucieron solitarios aunque de vez en cuando fue posible ver algún niño estrenando bicicleta bajo la lluvia.
Si bien el Sol nunca “se animó” a salir y hubo mucho viento frío, la verdad es que el diluvio que se pronosticaba para la Navidad nunca cayó sobre Tijuana.
Al final de cuentas, la tormenta no fue tan cruel como se pronosticaba y el 25 de diciembre transcurrió sin desgracias que lamentar a consecuencia del clima.
Aunque por momentos hubo chubascos aislados, lluvias ligeras y el cielo se mantuvo nublado a lo largo de casi todo el día, la realidad es que no se vivió la gran tormenta que se esperaba.
Eso sí, las lluvias que han azotado la región, sirvieron para que Tijuana se reencontrara con los viejos y entrañables “amigos” de sus calles: los baches.
Esta parte fundamental e indivisible del paisaje urbano tijuanense ha vuelto a manifestarse en toda su intensidad en diversas avenidas de la ciudad en donde las lluvias han dejado su huella.
Alcaldes van, alcaldes vienen y pese a la promesa reciclada de hacer que el bache pase al olvido, las calles de Tijuana vuelven a estar irremediablemente abiertas y surcadas de cráteres lunares tras unas cuantas lluvias.
Bueno, esto fue este día, aunque el de hace cuatro años no fue muy diferente.
Esto fue escrito en esta misma redacción y en este mismo escritorio el 25 de diciembre del 2004.
Mientras ustedes diluyen la modorra en sus casas desordenadas y atiborradas de papeles de regalos, mientras ustedes estrenan el nuevo juguete y tratan de entenderle al nuevo videojuego o descifrar las instrucciones en japonés del recién regalado aparato y meriendan en piyamas las sobras del pavo y el puré, yo estoy aquí en la redacción, al píe del cañón, currando duro.
En realidad me siento a gusto de estar aquí. Se respira la pura paz en la redacción, el dulce silencio, la atípica tranquilidad. Sólo unos cuantos estamos aquí y el estrés y las prisas habituales que enmarcan el atardecer en todos los periódicos del mundo, hoy brillan por su ausencia. ¿Se imaginan si así fueran todos los días? Y no, no ha sido precisamente tranquila la Navidad en Tijuana. Del 24 al 25 de diciembre ha habido ocho muertos en nuestra ciudad entre asesinados, suicidios y accidentes diversos, que incluyeron en el macabro repertorio la intoxicación alcohólica de una jovencita de 12 que no sobrevivió a su primera borrachera, además de los infaltables encobijados y encajuelados que la mafia se encarga de sembrar puntualmente cada día.
Las calles están preciosamente vacías. Si todos los días tuviéramos este tráfico, manejar sí que sería un placer. Viene desde Rosarito conduciendo relajadamente por la carretera libre rodeada de flores amarillas y verdes pastos mientras escuchaba el en vivo de Iced Earth en Grecia. El cielo y el mar formando un azul matrimonio perfecto, el viento fresco, el solecito pegando de frente. Ahora mismo me dispongo a escribir la columna con el Rust in Peace de Megadeth en mis oídos y las ganas de irme a tomar unas cervezas noche buenas por ahí... Como verán, no he cambiado un carajo
Recuento de Navidades
La primera Navidad que pasé lejos de la familia fue la de 1994, aquella fatídica del Error de Diciembre, que pasé en casa de mi amigo Salvador Adame en Tecamachalco. La siguiente, la de 1995, la pasé en la sierra de Chihuahua, en el pueblo de Baborigame, una aldea de tepehuanes, en la misión de un sacerdote jesuita (sí señores, aunque ustedes no lo crean este radical ateo tiene muy buenos amigos dentro del clero) Esa Navidad con los tepehuanes fue la más bonita Navidad de mi vida adulta. De niño todas las navidades son mágicas, pero de adulto te acuerdas de muy pocas. Esa de 1995 en Baborigame fue inolvidable. Un pueblo helado, al que sólo podías llegar en avioneta, en medio de la sierra. Si en algún momento de mi vida me he hablado de tú con lo sagrado, fue en ese viaje. En 1996 llegué a casa de mis padres luego de viajar por tierra desde Boston hasta Monterrey, haciendo estratégicas paradas en las más bellas ciudades de la Costa Este. En 1997 la Navidad la pasé con mi amigo Jopyrrako Montero en el ruedo de Real de 14 cagándonos de frío y mirando estrellas. Y desde 1998 hasta las fecha, todas las navidades han sido bajacalifornianas y no tijuanenses por cierto, sino rosaritenses. Las últimas once navidades de mi vida, las he pasado en el Municipio de Playas de Rosarito en algo que ya se ha transformado en una linda tradición. Y en algo que ya se está volviendo también una tradición, los fines de año son con mi familia, allá al píe del Cerro de las Mitras.