La Liebre Loca de Marzo danza entre las flores amarillas. El aire, el cielo y el deseo huelen a Primavera pura. Después de un invierno tan triste como el que pasó, este marzo sabe a redención. Ideas, pensamientos insurrectos, sueños se pasean por mi cabeza. Hay tanto que escribir. Día de Sol, de pasear por la Revo con mi sombrero de cuero y mi cabeza recién rapada otra vez, escuchando los primeros discos del Padre Judas, de Cage (que tocan mañana) y de Quiet Riot (el primer LP de rock original que tuve en mi vida fue el Condition Critical de Quiet Riot y me lo regalaron mis padres en 1984, cuando yo tenía diez años de edad. Antes sólo había tenido casetes de Twisted Sisters, Scorpions y Accept que me grababa mi padrino José Manuel, pero mi primer disco original fue el de los Riot y desde entonces empezó una larga catarata que hoy supera los 2 mil) El metal retumba, Marzo se infiltra en las venas y en la inspiración. He vuelto a la playa, le doy con todo al gym, y aunque veo tan cerca la tempestad, ni por error pienso arrodillarme.
Pasos de Gutenberg
Buscadores de Oro
Guillermo Orsi
Umbriel
Por Daniel Salinas Basave
El color negro de esta novela podría rayar en la ortodoxia. Y digo podría, porque hasta la pluma más respetuosa de los cánones azabache es capaz de dar tremenda desconocida con un repentino cambio de juego. Buscadores de oro del argentino Guillermo Orsi apuesta por la religiosa fidelidad a los mandamientos del género negro y aunque no parece de entrada extraordinaria o innovadora, cumple con enganchar desde las primeras páginas. El personaje reúne una por una las reglas de los primeros actores del género policial. Adulto rozando la cincuentena, golpeado por la vida, un tanto canchero, otro poco quijotesco y, aportación de la casa, dueño de un fino humor porteño. Al final Archibaldo, un viejo actor en retiro, acaba por caer bien. Estamos ante un Perry Mason pampero, una suerte de Kurt Wallander gauchesco típicamente antiheroico. Pero si el personaje resulta ortodoxo, el escenario llega a los extremos en su devoción por el manual. Villa Las Palmas, un pueblo perdido de la Pampa argentina, es el ultratípico pueblo chico-infierno grande, el villorrio averno poblado de secretos, fantasmas y pesadillas. El pueblo infernal que hemos visitado muchas veces, a medio camino entre Rulfo y Faulkner. La aldea perdida en la nada es un recurso renovable e inagotable al parecer, pues la fórmula increíblemente da resultados o al menos Orsi gana la apuesta y sale avante. Lo que quiero decir es que los primero párrafos nos generan la impresión de “esto ya lo he leído en otra parte” y “no hay nada nuevo bajo el Sol”, pero paciencia querido lector. La novela es de entrada convencional, pero jamás chocante. Da la impresión de que nos llevará entretenidos a puerto predecible, pero de pronto un brusco cambio de juego altera las reglas y sin darnos cuenta estamos nadando en otras aguas. Como en esos partidos de futbol donde un jugador genial hace un cambio de juego y mete un pase que cruza toda la cancha y rompe el ritmo del partido. “Nadie me esperaba en Villa Las Palmas”. Con esa frase Archibaldo nos da la bienvenida a su infierno pampero a donde ha llegado a trasladar el cadáver de un viejo amigo de la infancia a petición de su viuda. En teoría se trata de un simple trámite burocrático, pero lo que en un principio tiene tufo kafkiano acaba por caer en el horror absoluto. La galería de personajes del villorrio es propia de un “capricho” de Goya. Las prostitutas rechonchas dicen presente y por supuesto no podía faltar una mujer bella y enigmática que juega un doble rol. Payasos dantescos, burócratas siniestros, un sepulturero loco y un mecánico mártir completan la galería. Pero cuando nos creemos dueños de la situación, la novela adquiere tintes oníricos, surrealistas y de pronto tenemos la sensación de estar en una alucinación de fiebre o una terca pesadilla de vigilia y antes de despertar del todo, caemos en la cuenta de que hemos terminado el libro.
Mars Volta nunca han sido ni serán santos de mi devoción. Está bien, pero no es lo mío. Demasiado alternativozos para mí, la verdad se pasan de coachellozos (entiéndase por coachellozo relativo a un festival californiano de bandillas fresas fashion alternativoides de las cuales el 95% me re caga la madre) Pero aún así me aventé la reseña de su último disco a petición de mi amigo Hugo Fernández para publicarla en su revista La Guía. Luego de como cinco o seis oídas le fui agarrando la onda al disco y la mera verdad me gustó, aunque confieso que me costó un trabajo enorme, pues escribí la reseña justo en la semana cuando fuimos a ver Iron Maiden y como podrán imaginar mi mente estaba poseída por la discografía de la Doncella (algo que sucede los 365 días del año) Mi mente está condicionada al Metal clásico. Mis neuronas sólo reaccionan positivamente ante el Rock con mayúsculas y les cuesta trabajo aceptar o digerir eso que llaman música alternativa o inide (que para mí es música fashion y punto)
A mi hermana Elisa y a mi amigo Tizoc les agrada bastante Mars Volta. De hecho conozco bastante gente que los idolatra. Yo lo tolero, puedo llegar a disfrutarlo (hasta llegué a disfrutar The Bedlam), pero para mi metalero gusto Mars Volta siempre jugará en tercera división si lo comparo con una buena banda de Metal. En fin, ahí les dejo la reseña que se publicó en La Guía hace dos semanas, aunque para discos nuevos, el de Ayreon (que discazo señores) o el nuevo de Avantasia.
The Mars Volta
The Bedlam in Goliath
Universal Records
Por Daniel Salinas Basave
The Bedlam in Goliath lanza su advertencia desde los primeros acordes: “No seré un disco fácil ni complaciente y tendrás que poner mucho de tu parte si quieres llegar a digerirme a plenitud. Pero ojo, luego de cuatro o cinco escuchas con los audífonos puestos puedo tornarme peligrosamente adictivo”.
Basta empezar a escuchar Abernikula, el corte abridor, para darnos cuenta que The Mars Volta apuesta por recorrer caminos complicados, desafiantes, con alto nivel de exigencia para el escucha. El dueto Omar Rodríguez-Cedric Bixler Zavala dio rienda suelta a su desenfreno creativo. No hubo límites ni complejos, pues estamos ante un disco que no tiene miedo al ruido, ni a los cambios bruscos. La distorsión se torna por momentos una declaración de principios pues es más o menos omnipresente a lo largo de los 75 minutos de duración de la obra, distorsión que alcanza momentos de catarsis cacofónica, tempestades repentinas que irrumpen cuando creemos tener el álbum bajo control. Vaya, su (des)estructura es mucho más parecida a la de una obra de acid jazz que a un típico producto rock. Rodríguez, guitarrista y columna vertebral del sonido, genera una mezcla matadora junto a las letras y la voz de Zavala, aunque justo es decir que no están solos, pues tienen ilustres invitados como su amigo John Frusciante de los Red Hot Chili Peppers en la guitarra. El cuarto álbum de Mars Volta no es en definitiva de esos dulcitos que caen bien para toda ocasión. Es un disco que requiere momentos específicos para ser escuchado, de preferencia con audífonos, aunque puede llegar a ser un platillo enviciante, siempre y cuando se encuentre la fórmula alquímica de su complicado sabor. Sí, apostamos doble contra sencillo a que desde ya hay una secta de adoradores que consideran a The Bedlam in Golitah una obra demencialmente genial, caóticamente iluminada. Un álbum que acaso alcance el engañoso y no siempre favorable estatus “de culto”. Eso sí, Mars Volta es fiel a sí mismo. Cero y van cuatro discos y en cada uno de ellos ha apostado por una historia alucinante, con buenas dosis de surrealismo, en matrimonio perfecto con su sonido. El Antiguo y Nuevo Testamento, personajes bíblicos, deidades, santos (y santeros), pecadores, rituales afrocaribeños se pasean por el álbum, en donde las letras son narradas a través de la voz de un espíritu. Conceptos cabalísticos y mitológicos salpican las letras, pues nos encontramos con el dragón Ouroborous que se auto devora, el inmortal Askepios, patrón griego de curanderos o la mitológica ciudad africana de Agadez. Ojo, si le creemos a Zavala y a Rodríguez, las letras de The Bedlam se las dictó un espíritu que les habló a través de la tabla ouija. Un espíritu demenciado sin duda el que se toparon, pues las letras recuerdan por momentos la poesía surrealista. Los de Mars Volta son álbums conceptuales y como tal sería un crimen escucharlos fraccionados. Con The Bedlman in Goliath no se vale eso de decir “me gustó la rola dos y la cinco y las otras las ignoro olímpicamente”. Este disco debe escucharse completo y en orden o al menos es la recomendación para poder disfrutarlo a plenitud. The Bedlam es una unidad en donde incluso las fronteras entre canciones ni siquiera están bien delimitadas. Un auténtico escupitajo a los acordes ordinarios de la típica canción pop promedio de tres minutos y medio. Para los iniciados nada más hay que agregar, pues sin duda amarán hasta la demencia este cuarto disco. Para los neófitos en la secta “marsvoltaniana” habría que aclarar que si bien The Bedlam no es el disco ideal para una iniciación en la banda, (para lo cual es más recomendable el primer álbum) vale la pena entrarle y tenerle un poquito de paciencia. No entra a la primera ni le gusta a todo mundo, pero una vez que gusta, ¡cuidado¡, pues la alucinación puede ser contagiosa y acaso acabemos por escuchar la voz de la Ouija que habló a Zavala y a Rodríguez.
Pasos de Gutenberg
Buscadores de Oro
Guillermo Orsi
Umbriel
Por Daniel Salinas Basave
El color negro de esta novela podría rayar en la ortodoxia. Y digo podría, porque hasta la pluma más respetuosa de los cánones azabache es capaz de dar tremenda desconocida con un repentino cambio de juego. Buscadores de oro del argentino Guillermo Orsi apuesta por la religiosa fidelidad a los mandamientos del género negro y aunque no parece de entrada extraordinaria o innovadora, cumple con enganchar desde las primeras páginas. El personaje reúne una por una las reglas de los primeros actores del género policial. Adulto rozando la cincuentena, golpeado por la vida, un tanto canchero, otro poco quijotesco y, aportación de la casa, dueño de un fino humor porteño. Al final Archibaldo, un viejo actor en retiro, acaba por caer bien. Estamos ante un Perry Mason pampero, una suerte de Kurt Wallander gauchesco típicamente antiheroico. Pero si el personaje resulta ortodoxo, el escenario llega a los extremos en su devoción por el manual. Villa Las Palmas, un pueblo perdido de la Pampa argentina, es el ultratípico pueblo chico-infierno grande, el villorrio averno poblado de secretos, fantasmas y pesadillas. El pueblo infernal que hemos visitado muchas veces, a medio camino entre Rulfo y Faulkner. La aldea perdida en la nada es un recurso renovable e inagotable al parecer, pues la fórmula increíblemente da resultados o al menos Orsi gana la apuesta y sale avante. Lo que quiero decir es que los primero párrafos nos generan la impresión de “esto ya lo he leído en otra parte” y “no hay nada nuevo bajo el Sol”, pero paciencia querido lector. La novela es de entrada convencional, pero jamás chocante. Da la impresión de que nos llevará entretenidos a puerto predecible, pero de pronto un brusco cambio de juego altera las reglas y sin darnos cuenta estamos nadando en otras aguas. Como en esos partidos de futbol donde un jugador genial hace un cambio de juego y mete un pase que cruza toda la cancha y rompe el ritmo del partido. “Nadie me esperaba en Villa Las Palmas”. Con esa frase Archibaldo nos da la bienvenida a su infierno pampero a donde ha llegado a trasladar el cadáver de un viejo amigo de la infancia a petición de su viuda. En teoría se trata de un simple trámite burocrático, pero lo que en un principio tiene tufo kafkiano acaba por caer en el horror absoluto. La galería de personajes del villorrio es propia de un “capricho” de Goya. Las prostitutas rechonchas dicen presente y por supuesto no podía faltar una mujer bella y enigmática que juega un doble rol. Payasos dantescos, burócratas siniestros, un sepulturero loco y un mecánico mártir completan la galería. Pero cuando nos creemos dueños de la situación, la novela adquiere tintes oníricos, surrealistas y de pronto tenemos la sensación de estar en una alucinación de fiebre o una terca pesadilla de vigilia y antes de despertar del todo, caemos en la cuenta de que hemos terminado el libro.
Mars Volta nunca han sido ni serán santos de mi devoción. Está bien, pero no es lo mío. Demasiado alternativozos para mí, la verdad se pasan de coachellozos (entiéndase por coachellozo relativo a un festival californiano de bandillas fresas fashion alternativoides de las cuales el 95% me re caga la madre) Pero aún así me aventé la reseña de su último disco a petición de mi amigo Hugo Fernández para publicarla en su revista La Guía. Luego de como cinco o seis oídas le fui agarrando la onda al disco y la mera verdad me gustó, aunque confieso que me costó un trabajo enorme, pues escribí la reseña justo en la semana cuando fuimos a ver Iron Maiden y como podrán imaginar mi mente estaba poseída por la discografía de la Doncella (algo que sucede los 365 días del año) Mi mente está condicionada al Metal clásico. Mis neuronas sólo reaccionan positivamente ante el Rock con mayúsculas y les cuesta trabajo aceptar o digerir eso que llaman música alternativa o inide (que para mí es música fashion y punto)
A mi hermana Elisa y a mi amigo Tizoc les agrada bastante Mars Volta. De hecho conozco bastante gente que los idolatra. Yo lo tolero, puedo llegar a disfrutarlo (hasta llegué a disfrutar The Bedlam), pero para mi metalero gusto Mars Volta siempre jugará en tercera división si lo comparo con una buena banda de Metal. En fin, ahí les dejo la reseña que se publicó en La Guía hace dos semanas, aunque para discos nuevos, el de Ayreon (que discazo señores) o el nuevo de Avantasia.
The Mars Volta
The Bedlam in Goliath
Universal Records
Por Daniel Salinas Basave
The Bedlam in Goliath lanza su advertencia desde los primeros acordes: “No seré un disco fácil ni complaciente y tendrás que poner mucho de tu parte si quieres llegar a digerirme a plenitud. Pero ojo, luego de cuatro o cinco escuchas con los audífonos puestos puedo tornarme peligrosamente adictivo”.
Basta empezar a escuchar Abernikula, el corte abridor, para darnos cuenta que The Mars Volta apuesta por recorrer caminos complicados, desafiantes, con alto nivel de exigencia para el escucha. El dueto Omar Rodríguez-Cedric Bixler Zavala dio rienda suelta a su desenfreno creativo. No hubo límites ni complejos, pues estamos ante un disco que no tiene miedo al ruido, ni a los cambios bruscos. La distorsión se torna por momentos una declaración de principios pues es más o menos omnipresente a lo largo de los 75 minutos de duración de la obra, distorsión que alcanza momentos de catarsis cacofónica, tempestades repentinas que irrumpen cuando creemos tener el álbum bajo control. Vaya, su (des)estructura es mucho más parecida a la de una obra de acid jazz que a un típico producto rock. Rodríguez, guitarrista y columna vertebral del sonido, genera una mezcla matadora junto a las letras y la voz de Zavala, aunque justo es decir que no están solos, pues tienen ilustres invitados como su amigo John Frusciante de los Red Hot Chili Peppers en la guitarra. El cuarto álbum de Mars Volta no es en definitiva de esos dulcitos que caen bien para toda ocasión. Es un disco que requiere momentos específicos para ser escuchado, de preferencia con audífonos, aunque puede llegar a ser un platillo enviciante, siempre y cuando se encuentre la fórmula alquímica de su complicado sabor. Sí, apostamos doble contra sencillo a que desde ya hay una secta de adoradores que consideran a The Bedlam in Golitah una obra demencialmente genial, caóticamente iluminada. Un álbum que acaso alcance el engañoso y no siempre favorable estatus “de culto”. Eso sí, Mars Volta es fiel a sí mismo. Cero y van cuatro discos y en cada uno de ellos ha apostado por una historia alucinante, con buenas dosis de surrealismo, en matrimonio perfecto con su sonido. El Antiguo y Nuevo Testamento, personajes bíblicos, deidades, santos (y santeros), pecadores, rituales afrocaribeños se pasean por el álbum, en donde las letras son narradas a través de la voz de un espíritu. Conceptos cabalísticos y mitológicos salpican las letras, pues nos encontramos con el dragón Ouroborous que se auto devora, el inmortal Askepios, patrón griego de curanderos o la mitológica ciudad africana de Agadez. Ojo, si le creemos a Zavala y a Rodríguez, las letras de The Bedlam se las dictó un espíritu que les habló a través de la tabla ouija. Un espíritu demenciado sin duda el que se toparon, pues las letras recuerdan por momentos la poesía surrealista. Los de Mars Volta son álbums conceptuales y como tal sería un crimen escucharlos fraccionados. Con The Bedlman in Goliath no se vale eso de decir “me gustó la rola dos y la cinco y las otras las ignoro olímpicamente”. Este disco debe escucharse completo y en orden o al menos es la recomendación para poder disfrutarlo a plenitud. The Bedlam es una unidad en donde incluso las fronteras entre canciones ni siquiera están bien delimitadas. Un auténtico escupitajo a los acordes ordinarios de la típica canción pop promedio de tres minutos y medio. Para los iniciados nada más hay que agregar, pues sin duda amarán hasta la demencia este cuarto disco. Para los neófitos en la secta “marsvoltaniana” habría que aclarar que si bien The Bedlam no es el disco ideal para una iniciación en la banda, (para lo cual es más recomendable el primer álbum) vale la pena entrarle y tenerle un poquito de paciencia. No entra a la primera ni le gusta a todo mundo, pero una vez que gusta, ¡cuidado¡, pues la alucinación puede ser contagiosa y acaso acabemos por escuchar la voz de la Ouija que habló a Zavala y a Rodríguez.