Ya podrás decirles en tu pueblo que has logrado exprimir alguna gota de la ubre plástica de la gran ciudad, gotas que se evaporan en tu búsqueda incesante de olvido y escape. No sabes por qué, pero piensas en tus hermanos, fundidos ahora en la tierra que trabajaron cada día de su existencia, materia siempre viva aún en su muerte, diluyéndose en las entrañas de larvas y zopilotes. Hermanos, tierra, marionetas del temporal, juguetes de los dioses de la selva. Aquí no hay sol a sol pues ni siquiera existe el aire y has olvidado lo que puede sentir tu pie descalzo al hundirse en el lodo o al quemarse al contacto de los terrones resquebrajados. Por momentos desearías mirar al cielo y angustiarte ante la amenaza de tormenta o sentir un escalofrío ante la serpiente que se arrastra entre tus pantorrillas, pero aquí los monstruos no tienen la sangre caliente. Sólo existe la máquina y el ojo siempre al acecho de un supervisor sin rostro.
Monday, July 02, 2007
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