Aguardiente
Y ahí están junto a ti cinco sombras anónimas hermanadas por una botella de plástico que circula entre sus labios y de pronto ya está muerto el frío de la noche y esa peste perpetua a sudor y amoniaco, es sólo aroma humano que recuerda el hambre de carne. El aguardiente riega el germen de las falsas esperanzas y de un momento a otro están frente ti los mismos palacios que construiste hace años. El oro vuelve a ser posible y palpable y el horizonte enseña otra vez las torres de un edén abundante y prodigioso. Las palabras fluyen y el paraíso parece estar cada vez más cerca mientras madrugada y alcohol se consumen y sin saber por qué, deseas que la oscuridad se perpetúe sobre el callejón y no surja el Sol enemigo que volverá a arrojar luz sobre tu desgracia, dormida en las tinieblas y arrullada por el aguardiente.
Inspirado por un teporocho
Cuando pasaban varios días sin que le llevaras nada, el cantinero te empezaba a hacer mala cara hasta que llegaba el día en que de plano no te fiaba y entonces te ponías como loco a prometer las perlas de la Virgen para que te regalara aunque fuera un traguito, porque tú querías estar adentro de la cantina, ese era tu lugar, el único en el que podías mantenerte vivo, porque con todo y lo teporocho que siempre fuiste hasta eso le hacías el feo a andar tomando en la calle. Entonces sí, llegaban los días en que andabas como anima en pena pidiendo caridad en las esquinas con tu botella envuelta en papel periódico y así te la pasabas hasta que atracabas o mendigabas algo o lograbas que tu amá se compadeciera de ti y te diera un dinerito para irte a buscar trabajo a la ciudad. Eso sí era pasearte por el paraíso, cuando el pedo te duraba varios días y podías seguir pagando. Era en esos instantes tan felices cuando llegabas a permitirte pensar en algo diferente a una botella, algo que te importaba mucho menos pero también te podía volver loco; las mujeres, aunque el plural habrá quedado sólo en tus fantasías chaqueteras y lo adecuado sería decir la mujer, pues la única que te pudiste coger en toda tu pinche vida fue a la Rafaela, la puta del pueblo, ya si no y me cae que hasta a ella le has de haber dado asco, nada más porque siempre te pedía la feria por adelantado y yo creo que hasta te cobraba el doble que a los demás, cómo no, si aparte de soportar tu olor a borracho tenía que aguantarse que la agarraras a madrazos. Nunca te lo pregunté, pero yo estoy seguro que jamás en tu vida te la cogiste sobrio. Tenías que estar hasta tu madre de pedo y todavía con monedas suficientes para que te animaras a caerle. Así te ha de haber costado para que te aguantara tanto tiempo, porque nada más empezaron a ver que ibas seguido a su cuartucho y los demás clientes dejaron de ir a visitarla, no fueran a agarrar tus piojos, de por sí que estaba bien pinche gorda la Rafaela y luego encima contaminada de tus chancros. Hasta que la dejaste panzona, o eso te dijo ella, pero ha de haber sido cierto porque dicen que el chilpayate ese era el más pinche jodido de todos los que tenía.
Y ahí están junto a ti cinco sombras anónimas hermanadas por una botella de plástico que circula entre sus labios y de pronto ya está muerto el frío de la noche y esa peste perpetua a sudor y amoniaco, es sólo aroma humano que recuerda el hambre de carne. El aguardiente riega el germen de las falsas esperanzas y de un momento a otro están frente ti los mismos palacios que construiste hace años. El oro vuelve a ser posible y palpable y el horizonte enseña otra vez las torres de un edén abundante y prodigioso. Las palabras fluyen y el paraíso parece estar cada vez más cerca mientras madrugada y alcohol se consumen y sin saber por qué, deseas que la oscuridad se perpetúe sobre el callejón y no surja el Sol enemigo que volverá a arrojar luz sobre tu desgracia, dormida en las tinieblas y arrullada por el aguardiente.
Inspirado por un teporocho
Cuando pasaban varios días sin que le llevaras nada, el cantinero te empezaba a hacer mala cara hasta que llegaba el día en que de plano no te fiaba y entonces te ponías como loco a prometer las perlas de la Virgen para que te regalara aunque fuera un traguito, porque tú querías estar adentro de la cantina, ese era tu lugar, el único en el que podías mantenerte vivo, porque con todo y lo teporocho que siempre fuiste hasta eso le hacías el feo a andar tomando en la calle. Entonces sí, llegaban los días en que andabas como anima en pena pidiendo caridad en las esquinas con tu botella envuelta en papel periódico y así te la pasabas hasta que atracabas o mendigabas algo o lograbas que tu amá se compadeciera de ti y te diera un dinerito para irte a buscar trabajo a la ciudad. Eso sí era pasearte por el paraíso, cuando el pedo te duraba varios días y podías seguir pagando. Era en esos instantes tan felices cuando llegabas a permitirte pensar en algo diferente a una botella, algo que te importaba mucho menos pero también te podía volver loco; las mujeres, aunque el plural habrá quedado sólo en tus fantasías chaqueteras y lo adecuado sería decir la mujer, pues la única que te pudiste coger en toda tu pinche vida fue a la Rafaela, la puta del pueblo, ya si no y me cae que hasta a ella le has de haber dado asco, nada más porque siempre te pedía la feria por adelantado y yo creo que hasta te cobraba el doble que a los demás, cómo no, si aparte de soportar tu olor a borracho tenía que aguantarse que la agarraras a madrazos. Nunca te lo pregunté, pero yo estoy seguro que jamás en tu vida te la cogiste sobrio. Tenías que estar hasta tu madre de pedo y todavía con monedas suficientes para que te animaras a caerle. Así te ha de haber costado para que te aguantara tanto tiempo, porque nada más empezaron a ver que ibas seguido a su cuartucho y los demás clientes dejaron de ir a visitarla, no fueran a agarrar tus piojos, de por sí que estaba bien pinche gorda la Rafaela y luego encima contaminada de tus chancros. Hasta que la dejaste panzona, o eso te dijo ella, pero ha de haber sido cierto porque dicen que el chilpayate ese era el más pinche jodido de todos los que tenía.