Eterno Retorno

Friday, March 24, 2006

La Esquina de los Ojos Rojos
Rafael Ramírez Heredia
Alfaguara

Por Daniel Salinas Basave

Al llegar a la última página de La Esquina de los Ojos Rojos, toda intuición o sospecha se transformó en certeza. Certeza absoluta de que una novela con semejante escenario y personajes, no pudo ser escrita con otro ritmo que el de Rafael Ramírez Heredia. Cualquier otro estilo le hubiera venido guango. Pienso y nomás no imagino qué otra pluma hubiera podido parir una novela así. Vaya, novelas sobre el lado oscuro de una jungla urbana las hay por montones, pero confieso que jamás había leído nada parecido a la Esquina de Ramírez Heredia.
Un camino facilito, cómodo y sin complicaciones, sería decir que Rafael Ramírez Heredia es un narrador de novela negra y que su última creación, La Esquina de los Ojos Rojos, lo confirma como un master del género.
Más de 40 años de hacer sangrar la pluma, han hecho de este tampiqueño un narrador que no sólo brilla con luz propia, sino que ha creado escuela y vaya escuela.
Pero quedarse en la definición facilona y simple de novela negra sería un insulto para una obra tan ambiciosa y de largo alcance.
Para leer a Ramírez Heredia, antes que nada, hay que preparar los sentidos y tenerlos a punto, abiertos y receptivos para esa carnaval de de olores, sonidos e imágenes que trae consigo cada página.
La pluma de Ramírez Heredia es musical. Imagínela usted como si la pluma fuera un bailarín experto, de esos que llevan el ritmo en cada arteria. Una vez que le agarramos el paso, la danza será una delicia y costará mucho trabajo abandonar la pista. Así son las páginas de Don Rafael. Rítmicas y sabrosas hasta decir basta. No hay prisa alguna por terminar o avanzar, pues cada página se disfruta en si misma. Aunque los escenarios no cambian, la estructura prosística es carnavalesca.
La Esquina de los Ojos Rojos es una novela en donde el personaje principal es un Barrio, así con mayúsculas, que aunque nunca es nombrado uno se imagina que es el mítico Tepito, pero no el añejo de las crónicas de Armando Ramírez sino el del Siglo XXI, en plena era de los videojuegos y las drogas sintéticas. Un Distrito Federal habitado por una generación para la que el terremoto del 85 es sólo una vaga anécdota o parte del memorial de los viejos. Es, aunque sin nombrarlo nunca, el DF de López Obrador. Una ciudad furiosa, infernal, casi apocalíptica, en donde sus personajes son demonios o almas en pena. Sicarios adolescentes que no se parecen a los de Vallejo, un capo de barrio que decide sobre la vida y la muerte de seres humanos mientras bebe tequila con rodajas de naranja, una adolescente que ama el peligro y un solitario que literalmente bucea en las abismales profundidades de la urbe y que, sin despreciar a los demás, me parece la imagen más genial de todo este carnaval.
Como una sombra omnipresente en cada página, la Santa Muerte contempla a los personajes desde su altar de negras veladoras siempre encendidas mientras la ciudad ruge, danza, sangra, copula y muere ante la mirada omnipresente de la Niña Blanca.