En respuesta a la convocatoria abierta por el taller virtual de Hipertextos, me permito elaborar esta suerte de improvisado decálogo sobre el arte de narrar, aclarando que anarquista como soy, no me tomo muy en serio eso de las reglas de oro y las máximas, así que todos estos preceptos son susceptibles de ser traicionados, si bien hasta la fecha no lo he hecho.
Decálogo del narrador por Daniel Salinas Basave
El acto de escribir es un fin en si mismo. El principio del placer literario radica (valga la redundante redundancia) en el placer de la creación. Buscar el efecto a posteriori jamás debe ser tu motivación ni tu condicionante.
La forma siempre será la sirvienta del fondo. Apuesta si quieres por formas radicales, pero jamás a costa de olvidar que el tesoro yace en las profundidades y no en la superficie.
Los estilos, personajes y temas no tienen fecha de caducidad. Deja que los teorreicos hablen de modernidad y experimentación; tú preocúpate por contar una buena historia y por sentir placer al contarla.
La moda no existe en literatura. Guíate por tu intuición, elige la forma y las palabras con las que tú consideres que se cuenta mejor tu historia y manda al carajo los formalismos y experimentaciones.
La emoción y la embriaguez no pueden tomar el timón de tu pluma, pero te condenarás al calabozo del aburrimiento si decides exiliarlas. Por técnico y cerebral que seas, un condimento de éxtasis y arrebato es imprescindible para conservar el saborcito de este negocio.
Traza una cartografía narrativa y después regodéate siéndole infiel. No es sano seguir al píe de la letra la ruta que te tú mismo has trazado, pues el néctar de todo viaje (y escribir es viajar) es alterar el itinerario y abrirle siempre la puerta a la sorpresa y la improvisación.
Deja de creerte el amo y señor de tus personajes y suéltales las riendas de vez en cuando, déjalos andar sus propios pasos y permite que sean capaces de sorprenderte con sus andanzas y travesuras.
Para escribir sólo necesitas una pluma y un papel. El resto son accesorios. Cualquier hora del día, cualquier situación y cualquier lugar son perfectos para la creación si de verdad sientes cariño por este asunto. Aguardar crepúsculos arrebolados, contemplaciones bucólicas o vencimiento de plazos editoriales sólo te llevará al naufragio.
Nunca busques explicar, justificar ni mucho menos defender tu narración de sus detractores.
Déjala que ella hable solita, pues para eso la has dotado de voz. La forma en que tú interpretas tu propio cuento es sólo una más entre las miles de interpretaciones que se le pueden dar y todas, por cierto, son igual de válidas.
Mejor olvídate de reglas, decálogos y frasecitas cliché. El mayor placer de contar con un sistema de reglas básicas es la posibilidad de poder transgredirlas el día que se te de la gana.
Decálogo del narrador por Daniel Salinas Basave
El acto de escribir es un fin en si mismo. El principio del placer literario radica (valga la redundante redundancia) en el placer de la creación. Buscar el efecto a posteriori jamás debe ser tu motivación ni tu condicionante.
La forma siempre será la sirvienta del fondo. Apuesta si quieres por formas radicales, pero jamás a costa de olvidar que el tesoro yace en las profundidades y no en la superficie.
Los estilos, personajes y temas no tienen fecha de caducidad. Deja que los teorreicos hablen de modernidad y experimentación; tú preocúpate por contar una buena historia y por sentir placer al contarla.
La moda no existe en literatura. Guíate por tu intuición, elige la forma y las palabras con las que tú consideres que se cuenta mejor tu historia y manda al carajo los formalismos y experimentaciones.
La emoción y la embriaguez no pueden tomar el timón de tu pluma, pero te condenarás al calabozo del aburrimiento si decides exiliarlas. Por técnico y cerebral que seas, un condimento de éxtasis y arrebato es imprescindible para conservar el saborcito de este negocio.
Traza una cartografía narrativa y después regodéate siéndole infiel. No es sano seguir al píe de la letra la ruta que te tú mismo has trazado, pues el néctar de todo viaje (y escribir es viajar) es alterar el itinerario y abrirle siempre la puerta a la sorpresa y la improvisación.
Deja de creerte el amo y señor de tus personajes y suéltales las riendas de vez en cuando, déjalos andar sus propios pasos y permite que sean capaces de sorprenderte con sus andanzas y travesuras.
Para escribir sólo necesitas una pluma y un papel. El resto son accesorios. Cualquier hora del día, cualquier situación y cualquier lugar son perfectos para la creación si de verdad sientes cariño por este asunto. Aguardar crepúsculos arrebolados, contemplaciones bucólicas o vencimiento de plazos editoriales sólo te llevará al naufragio.
Nunca busques explicar, justificar ni mucho menos defender tu narración de sus detractores.
Déjala que ella hable solita, pues para eso la has dotado de voz. La forma en que tú interpretas tu propio cuento es sólo una más entre las miles de interpretaciones que se le pueden dar y todas, por cierto, son igual de válidas.
Mejor olvídate de reglas, decálogos y frasecitas cliché. El mayor placer de contar con un sistema de reglas básicas es la posibilidad de poder transgredirlas el día que se te de la gana.