Eterno Retorno

Thursday, May 27, 2004

Fragmentos del diario de NY

Esta mañana, cuando salía corriendo de casa, me di cuenta que no llevaba conmigo ni una miserable superficie donde apuntar (y un reportero sin pluma y papel es un mercenario sin pistola) Desafié el caos de ese cuarto al que llamamos estudio o biblioteca y agarré del librero un cuaderno de pastas negras.
Cuando hacía antesala en la oficina del ex gobernador Alejandro González Alcocer, me entretuve hojeando el cuaderno y me llevé más de una sorpresa. Ese viejo cuaderno negro fungió como mi diario de notas durante las semanas que pasé en Nueva York en septiembre de 2001. Vaya días oscuros los que viví en la Gran Manzana en este septiembre apocalíptico. La incertidumbre, el miedo y los peores presagios flotaban en el aire. Yo estaba solo, absolutamente, alojado en un hotel de Herald Square. Fueron días extraños, oscuros. Es la mayor temporada que he pasado lejos de Carolina y mi mente, más oscura que nunca, estaba poblada de fantasmas.
Aunque en términos periodísticos fue una experiencia increíble e inigualable, cada calle de la Gran Manzana parecía ser un funeral. La vibra oscura y fatalista era respirada por cada poro de mi piel. En el cuaderno negro escribí de manera anárquica y caótica, con mi pésima letra, pensamientos y alucinajes diversos en el metro, en los parques o en los oscuros bares. Me permito transcribir algunos de ellos:

- Esta América puede ser muy triste si se lo propone, infinitamente desolada y sin sentido. Sucumbo al vicio de pedir cerveza extranjera dentro de un bar que ni siquiera es capaz de inspirarme. Sucumbo y me desangro el alma cuando ya no queda resto alguno al cual aferrarme.
Tiempo de cielos rotos, de un asalto a la locura no encontrada, al instante que se vacía abominando hasta de la propia compañía, pensando si este vaso de Heineken podrá por fortuna o maleficio, conducirme a alguna parte.
¿Se habrá imaginado Poe la oscuridad de estos tiempos? ¿Los habrá concebido en su peor pesadilla? Una ciudad asolada por espectros y alucinaciones, una nación capaz de ver moros con tranchete en cada rostro extranjero. ¿Imaginaría Poe aviones suicidas en cada mirada al cielo? ¿Camiones atascados de Ántrax deambulando por las calles? Pensé en Poe, pues él, al igual que yo, recorrió demasiadas cantinas de la Costa Este y en una de ellas, concretamente en Baltimore, murió desparramado sobre la barra, ahogado en la alta mar de sus vómitos.
Nuestro mundo es oscuro, nuestro corazón suda babas de reptiles y trenza la lengua entre serpientes. Esta América, sabes, va a matarme a escupitajos de soledad e incertidumbre mientras yo me atasco las venas de rabia y plenilunio-

- El odio es un cuerpo eterno. Un fantasma de hierro que se infiltra en las venas y después se diluye en cada molécula de la sangre. El odio es un fantasma dormido sobre la tumba de de nuestra espalda. Una soga atada por siempre a nuestro cuello. Un día el fantasma abre sus ojos y afila los dientes . Una noche cualquiera la soga nos asfixia. El odio está ahí, es uno solo, no se crea ni se destruye y acaso jamás se transforme del todo.
Tiene el don de la omnipresencia y navega en nuestro rostro patinando sobre gotas de ácido de sudor. El odio es pésima musa, cruel compañero de cama-


- Para película de terror la escenita se pinta sola. El extranjero está solo, en territorio desconocido y comanche, en una sinistra estación de metro donde un graffiti poco creativo ha plasmado su huella. El sonar de los trenes a lo lejos tiene algo de monstruosa esperanza y dejan por herencia un silencio cruel. Tras el silencio sobrevienen entonces las desgracias, dicen en las películas y mi tren parece no tener ninguna prisa por dignarse a aparecer-

Una mañana de arrastre y sin sábana de nubes. El entorno entero es del color de la sangre seca. Mañana de ideal mutilado y hambre aún medio dormida.