Rayito Macoy is Back
Gabo se coló al carrito
Definitivamente, el Price Costco no es el primer lugar en el que uno piensa a la hora de ir a comprar libros. Sin embargo, aunque usted no lo crea, es posible llevarse una sorpresa. Normalmente sólo acudo a dicho templo del consumismo capitalista con el único y loable fin de surtir nuestra cava de buenos vinos. Casi siempre acabo gastando de más, pues siempre se pegan algunas aceitunas, un jamón serrano, un buen quesito y las botellukas de rigor para ser descorchadas el fin de semana. Bueno, pues ahora agregué libros al carrito de super.
Ayer encontré una grata sorpresa: El nuevo libro de mi querido maestro Rafael Ramírez Heredia titulado simplemente La Mara. El narrador tampiqueño es garantía de pura calidad literaria. Tengo el libro en mis manos y me siento como cuando compras un buen tequila, abres la botella y lo hueles para ir saboreando el aroma. Sin duda será un libro chingón. El otro libro que compré es el colmo de lo vilmente ordinario. Vaya, es tan, pero tan ordinario, que hasta pena me da escribirlo. Es un lugar tan pinchemente común, que hasta por eso se vuelve atípico. ¿Qué otro libro adquirí esta tarde? Zas, adivinen... Uno que nadie conoce, un librillo ninguneado que tuvo un mínimo tiraje y nadie más pela: Se llama Cien años de Soledad y lo escribió un tal García Márquez.
Ya en serio, aunque usted no lo crea, ese libro no estaba incluido en mi biblioteca. Aclaro que no soy un fanático del Gabo y que Cien años no es mi libro favorito de él. Prefiero La crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera o el Relato de un Náufrago. Digo, no me desagrada la familia Buendía ni me aburrió en lo absoluto. Vaya es un buen libro, que en su momento me gustó mucho aunque nunca fue de culto para mí ni se me hace para tanto.
Bueno, la cuestión es que hoy al pasar por la sección de libros del Costco ví el típico ejemplar de la editorial Diana que tiene cualquier pinche librería de Hispanoamérica y me dije a mi mismo: Oye cabrón ¿Por qué chingados no tienes 100 años de soledad en tu librero? Porque cuando lo leí era un adolescente pobre que no tenía feria para comprar libros y el ejemplar de entonces me lo prestó una novia a la que SÍ le devolví el libro (No como el caso del Diario de un pendejo de Fernando Nachón, que más o menos a la misma edad me robé de casa de mi amigo Rodolfo)
La cuestión es que ahí voy a favorecer el culto al becerro de oro garcíamarqueano y ahí me tienes en la caja con el Cien años bajo el brazo y en este momento me siento el tipo más ordinario de este planeta. Muchos años después, frente a la cajera del Costco, Daniel Salinas había de recordar aquella tarde remota en que su novia le prestó un libro. Monterrey era entonces una aldea de un millón de casas calientes de cemento construidas a la orilla del Río Santa Catarina siempre seco que se precipitaba por un lecho de piedras mohosas y canchas de lodo, puercas y enormes, como huevos postmodernistas.
Gabo se coló al carrito
Definitivamente, el Price Costco no es el primer lugar en el que uno piensa a la hora de ir a comprar libros. Sin embargo, aunque usted no lo crea, es posible llevarse una sorpresa. Normalmente sólo acudo a dicho templo del consumismo capitalista con el único y loable fin de surtir nuestra cava de buenos vinos. Casi siempre acabo gastando de más, pues siempre se pegan algunas aceitunas, un jamón serrano, un buen quesito y las botellukas de rigor para ser descorchadas el fin de semana. Bueno, pues ahora agregué libros al carrito de super.
Ayer encontré una grata sorpresa: El nuevo libro de mi querido maestro Rafael Ramírez Heredia titulado simplemente La Mara. El narrador tampiqueño es garantía de pura calidad literaria. Tengo el libro en mis manos y me siento como cuando compras un buen tequila, abres la botella y lo hueles para ir saboreando el aroma. Sin duda será un libro chingón. El otro libro que compré es el colmo de lo vilmente ordinario. Vaya, es tan, pero tan ordinario, que hasta pena me da escribirlo. Es un lugar tan pinchemente común, que hasta por eso se vuelve atípico. ¿Qué otro libro adquirí esta tarde? Zas, adivinen... Uno que nadie conoce, un librillo ninguneado que tuvo un mínimo tiraje y nadie más pela: Se llama Cien años de Soledad y lo escribió un tal García Márquez.
Ya en serio, aunque usted no lo crea, ese libro no estaba incluido en mi biblioteca. Aclaro que no soy un fanático del Gabo y que Cien años no es mi libro favorito de él. Prefiero La crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera o el Relato de un Náufrago. Digo, no me desagrada la familia Buendía ni me aburrió en lo absoluto. Vaya es un buen libro, que en su momento me gustó mucho aunque nunca fue de culto para mí ni se me hace para tanto.
Bueno, la cuestión es que hoy al pasar por la sección de libros del Costco ví el típico ejemplar de la editorial Diana que tiene cualquier pinche librería de Hispanoamérica y me dije a mi mismo: Oye cabrón ¿Por qué chingados no tienes 100 años de soledad en tu librero? Porque cuando lo leí era un adolescente pobre que no tenía feria para comprar libros y el ejemplar de entonces me lo prestó una novia a la que SÍ le devolví el libro (No como el caso del Diario de un pendejo de Fernando Nachón, que más o menos a la misma edad me robé de casa de mi amigo Rodolfo)
La cuestión es que ahí voy a favorecer el culto al becerro de oro garcíamarqueano y ahí me tienes en la caja con el Cien años bajo el brazo y en este momento me siento el tipo más ordinario de este planeta. Muchos años después, frente a la cajera del Costco, Daniel Salinas había de recordar aquella tarde remota en que su novia le prestó un libro. Monterrey era entonces una aldea de un millón de casas calientes de cemento construidas a la orilla del Río Santa Catarina siempre seco que se precipitaba por un lecho de piedras mohosas y canchas de lodo, puercas y enormes, como huevos postmodernistas.