Eterno Retorno

Wednesday, May 26, 2004

Le Costeau está condenado a la quiebra


Sucede muy a menudo en los lugares destinados a clientela extranjera que los meseros se aprovechen y traten de cobrar de más en la cuenta. Desde hace algún tiempo, digamos que más de un año, mi esposa y yo acudimos como clientes al Costeau, un restaurante francés ubicado en Rosarito. La comida, preparada por un chef francés, es bastante buena y digamos que es una de nuestras mejores opciones para comer bien sin ir demasiado lejos de casa.
Eso sí, el restaurante siempre se me ha hecho demasiado caro. Vaya, puedes ir a buenos restaurantes, beber buenos vinos y no necesariamente despelucar tu cartera. En Ensenada, donde bajo mi criterio están los mejores restaurantes de Baja California, hay restaurantes mejores que Le Costeau con cartas de vinos mucho más completas y a precios decentes. Por ejemplo, en Le Costeau, su limitadísima carta de vinos te ofrece un Gato Negro a 185 pesos, cuando cualquier hijo de vecino sabe que un Gato Negro lo compras en cualquier Calimax por 35 pesitos. Digo, si quieres véndeme el vino caro, pero véndeme buenos vinos por favor y no me quieras ver la cara de pendejo diciéndome que son más caros por ser importados de Chile, cuando cualquier imbécil sabe que los vinos chilenos casi siempre son más baratos que los vinos bajacalifornianos. En fin.
La noche del viernes Carolina y yo fuimos a escuchar un concierto de jazz a dicho restaurante (a mi esposa le gusta muchísimo el jazz, aunque confieso que yo desprecio ese género) La cuestión es que cobraban un cover con cena incluida y otro sin cena pero con dos copas de vino. Desde el principio a Carol le dio mala espina el asunto. Cobraron cuatro dólares más de lo que decían en el mail promocional que nos enviaron. Luego se quisieron hacer pendejos con las copas a las que teníamos derecho (pese a que aparte pagamos y bien pagada una botella de Terra de Cetto) El caso es que llegó un cuentón marca diablo. La botella de Terra me la quisieron cobrar casi al doble y me cobraron las copas de vino a las que teníamos derecho.
Seguramente los imbéciles pensaron, este es un gringo con lana, que ya ha de estar borracho y lo vamos a marear con la cuenta para tumbarle una lana. No contaban los pobres ilusos que estaban ante un regio canchero que cuenta cada centavo y que jamás se pone ebrio, pues haría falta toda su mierdoza cava para más o menos hacerme sentir un poquito mareado.
Para no hacer el cuento largo me hicieron encabronar y mucho. Les fui a gritar que a quién le querían ver la cara de pendejo y los tarados, pese a escuchar mis insultos en perfecto español de regio, me seguían hablando en inglés creyendo que discutían con un gringo idiota. Al final reconocieron su error (fue nuestras culpa, fue nuestra culpa chillaban los meseros para que yo no fuera con el dueño) 25 dólares de más me querían cobrar los hijos de su putísima madre. Pagué la cuenta correcta, no les dejé un centavo de propina y fui con el dueño a decirle que había perdido unos clientes para siempre. Como el mega-pancho ya se había hecho muy evidente, el francesito me regaló una botella de Terra para que dejara de hacerla de pedo y me fuera en paz. Carolina me dijo que por orgullo le debí haber roto la botella en el piso al pinche franchute. Creo que tiene razón, pero yo en ese momento pensé que la botella rota no serviría de nada pues no se podría beber y le dije, sobres, venga El Terra, para que me dejes de estafar pinche francesito y Arriba Ignacio Zaragoza. Tontos. Han perdido dos clientes para siempre, una botella y una propina que hubiera sido buena, pues cuando nos atienden bien jamás escatimamos. Los meseros de aquellos restaurantes de los que somos clientes lo pueden atestiguar. Me gusta dejar buenas propinas, pero me gusta que me atiendan bien y odio que me vean cara de gringo y un solo centavo de más que me cobren basta para desatar mi ira de regio.
Por lo pronto El Costeau está destinado a la quiebra. Casi no tiene clientes y los pocos que van son amigos del francés. Nosotros éramos de los pocos clientes espontáneos y ahora hemos decidido no volver nunca jamás. Sólo nos resta esperar hasta ver el día, imagino cercano, en que el local vacío y polvoriento tenga un letrero de Se Renta.