La Playa El Vigía es uno de mis sitios favoritos. Me gusta porque su belleza no es pretenciosa. Es una playa descuidada, sí, pero con una virginidad más auténtica que la de Zipolite.
¿Quien piensa en la Playa El Vigía? ¿En que guía turística aparece? Y sin embargo a mi me parece bella. Entre los momentos más Carpe Diem de mi vida se cuentan mis solitarios paseos por la playa tijuanense. La playa de Tijuana me gusta por impro-bable, por disimulada. El Vigía es como esas mujeres sencillas que no han descubierto que son bellas. Por eso mismo su belleza es más auténtica. Es pura, sin accesorios ni pretensiones. Porque la Playa El Vigía no pretende nada ni pide nada. Ahí está, para quien quiera descubrirla.
Cuando estás parado en la 5 y 10 o en el Bulevar Gato Bronco te sería imposible concebir que a unos cuantos kilómetros es-tán esperándote los más bellos atardeceres. Tijuana es una ciudad que da la espalda a su mar. El Pacífico no huele. El centro de Tampico, por ejemplo, no está cerca del mar y sin embargo el Golfo desparrama su hedor en cada una de sus calles y cuarto de hotel.
El mar de Tijuana se esconde. A veces es casi etéreo. Tras la niebla, el Pacífico es solo un presentimiento. Es un misterio y sin embargo está ahí, majestuoso, seductor.
La Playa El Vigía al atardecer. Nada mejor que una playa en una tarde de un día nublado de entre semana. Pla-ya, nubes, cercanía de tormenta, soledad. Eso es plenitud existencial. Quiero esos ingredientes para mi muerte. Ya he dicho que quiero morir en el mar. He tenido grandes momentos estando en playas desoladas. Recuerdo el verano de 1993 en Puerto Escondido, un atardecer del otoño de 1996 en una desolada playa de Biarritz, una playa privada de Cabo San Lucas a donde llegué por casualidad, mi Vigía. Hay sitios con alma. Esos sitios me gustan para despedirme del mundo.
¿Quien piensa en la Playa El Vigía? ¿En que guía turística aparece? Y sin embargo a mi me parece bella. Entre los momentos más Carpe Diem de mi vida se cuentan mis solitarios paseos por la playa tijuanense. La playa de Tijuana me gusta por impro-bable, por disimulada. El Vigía es como esas mujeres sencillas que no han descubierto que son bellas. Por eso mismo su belleza es más auténtica. Es pura, sin accesorios ni pretensiones. Porque la Playa El Vigía no pretende nada ni pide nada. Ahí está, para quien quiera descubrirla.
Cuando estás parado en la 5 y 10 o en el Bulevar Gato Bronco te sería imposible concebir que a unos cuantos kilómetros es-tán esperándote los más bellos atardeceres. Tijuana es una ciudad que da la espalda a su mar. El Pacífico no huele. El centro de Tampico, por ejemplo, no está cerca del mar y sin embargo el Golfo desparrama su hedor en cada una de sus calles y cuarto de hotel.
El mar de Tijuana se esconde. A veces es casi etéreo. Tras la niebla, el Pacífico es solo un presentimiento. Es un misterio y sin embargo está ahí, majestuoso, seductor.
La Playa El Vigía al atardecer. Nada mejor que una playa en una tarde de un día nublado de entre semana. Pla-ya, nubes, cercanía de tormenta, soledad. Eso es plenitud existencial. Quiero esos ingredientes para mi muerte. Ya he dicho que quiero morir en el mar. He tenido grandes momentos estando en playas desoladas. Recuerdo el verano de 1993 en Puerto Escondido, un atardecer del otoño de 1996 en una desolada playa de Biarritz, una playa privada de Cabo San Lucas a donde llegué por casualidad, mi Vigía. Hay sitios con alma. Esos sitios me gustan para despedirme del mundo.