Monaco 3-1 Real Madrid
Hay una figura en el Universo del futbol que ejemplifica a la perfección como en la cartografía de mis sentimientos, una relación de amor puede transformarse con los años en el desprecio más puro.
Algún día, hace unos cuantos años, fui un fanático del Real Madrid que gritaba sus goles con casi tanta euforia como gritaba los de Tigres (bueno, no tanta tanta euforia como la felina, pero sí bastante) Hoy, me regocijo con las derrotas merengues y no puedo menos que celebrarlas.
Siendo adolescente, vibré con los históricos partidos de la Quinta del Buitre. No me perdía uno solo. Los trasmitía Televisa, los domingos en la mañana. Lo recuerdo bien: Hugo, Butragueño, Michel, Sanchíz, Camacho, Juanito, Buyo, Valdano, Martín Vázquez. Un señor equipazo. Y siempre llegaban las primaveras europeas. Cómo olvidar aquel abril de 1988; yo estaba por cumplir 14 años, me acababan de expulsar del Liceo Anglo Francés por mala conducta y el Real Madrid había pasado sobre Bayer Munich en cuartos de final de la Euro. Los esperaba el PSV Ehindoven en semifinal. 1-1 en el Bernabeu el día que regresamos de vacaciones de Parras Coahuila. Todo se definiría en el estadio térmico de Philips, un templo de la modernidad futbolera. Una máquina defensiva comandada por Koeman y Kift le aguantó el 0-0 al Madrid. Van Breukelen le desvió un espectacular remate de tijera a Hugo sobre el final del partido. El 0-0 clasificó a PSV por criterio del gol de visitante y a la postre los holandeses fueron campeones, batiendo en penales a Benfica.
Pasó un año y llegó otro abril. La Quinta del Buitre estaba imparable. En la liga puras goleadas. Yo me había exiliado de Monterrey con mi familia a radicar a la Ciudad de México y seguía siendo un ferviente madrilista. Ese abril viajé a Monterrey con la ilusión de celebrar mi cumpleaños con mis amigos de la secundaria. El 21 de abril de 1989 cumplía 15 años de edad y Real Madrid se enfrentaba a la bestia negra del Milán en Giuseppe Meazza. El de ida en el Beranbeu había quedado 1-1. Llegué esa mañana en autobús a Monterrey. Por la noche celebraría una fiesta a la que esperaba llegar festejando el pase de Madrid a la final. Pero Gullit, Van Basten, Baresi, Donadoni y Maldini (sí, el mismo Maldini que está ahorita con los rojinegros) opinaron otra cosa. Pararon en seco al super Madrid. Uno, Dos, Tres, Cuatro y Cinco. Cinco golazos le recetó el Milán a Francisco Buyo. 5-0 fue la aplastante victoria del Milán, que semanas después se coronó campeón contra Steawa de Bucarest, cuando yo estaba de rol en Colorado.
Y pasó otro año y llegó abril de 1990. Hugo estaba barriendo con todos. 38 goles, bota de oro empatado con Stoikov del CSKA Sofia. Nadie paraba a ese Madrid. El destino los puso de nuevo frente a Milán. Ahora el partido de ida sería en San Siro. Dulce venganza, dije. Pues ni tan dulce: Milán ganó 2-0, pero había la oportunidad de remontarlo en el Bernabeu. Llegó la fecha deseada; Madrid se fue con todo al frente, pero los rojinegros eran una muralla. Gol de Hugo. Lo grité con el alma. Faltaba uno para empatar el global y forzar el alargue. Ese gol nunca llegó. Milán aguantó el marcador y volvió a semifinales. Y no se nos hizo ver al Real Madrid de Hugo levantar la copa orejona de los campeones europeos. Jamás. Esa fue la última gran temporada de Hugo con el Real. Aún así, en mayo de 1998 celebré la ansiada coronación del Real Madrid como Monarca europeo venciendo 1-0 a Juventus en la Arena Amsterdam con gol de Pedrag Mijatovic. Y entonces comenzó mi desencuentro con los merengues. Poco a poco, el equipo de mis amores se transformaba en un monstruo de la mercadotecnia capitalista. Cascadas de millones de dólares iban y venían. Aún así, en un par de viajes que hice a esa ciudad no perdí la oportunidad de tomarme mi foto en el Santiago Bernabeu, como un devoto que visita el máximo centro ceremonial de su religión. Pero para entonces mi amor por el Madrid iba en franca decadencia.
Hoy los papeles se han volteado. Hoy puedo afirmar que como aficionado mi único objetivo en una competición europea es que pierda el Real Madrid. Lo siento, pero no puedo menos que desearle la derrota con todo mi corazón. Su capitalismo salvaje, su mercadotecnia descarada, su imagen de pijos falangistas que creen que la calidad futbolística de un conjunto se compra con millones me acabó por resultar insultante. Porque el Madrid hoy en día es un insulto al espíritu del futbol como juego.
Hace unos minutos el Mónaco le pateó el culo al Madrid y lo dejó fuera de la Champions. Madrid ya estaba levantando la copa con anticipación, pensó que el equipó del Principado sería un trámite burocrático y miren. 3-1- Hoy la eliminación del Real Madrid me genera un placer casi orgásmico. Es la derrota del futbol corporativo, del deporte condenado a ser una marca registrada, de un gigantesco conglomerado bancario que quiere levantar copas con millones. Pero da la casualidad que el espíritu combativo no se compra.
“Lo cierto es que fue un guión ya visto. El Real Madrid se adelanta y se relaja pecando de soberbia. Se ve superior al rival, porque lo es, pero no sentencia. Depués se va diluyendo físicamente pensando en la próxima batalla y las pase canutas por una defensa endeble. Al final suele acabar triunfando. Muchas veces por Ronaldo. Pero esta vez no sirvió. El Luis II, donde perdió dos veces la Supercopa europea, fue cruel con un Madrid que se salvó de una goleada más contundente”- Sad But True diría Metallica.
Me extraña que su gerente, un filósofo, poeta y loco como es Jorge Valdano que algo sabe de humanismo, permita que la mercadotecnia se trague de esa manera el espíritu del futbol
Real Madrid nunca ha sido un equipo humilde, pero tal vez algún día recupere el espíritu, la mística y el juego bonito que tenía esa Quinta del Buitre que me hipnotizó en la adolescencia y que una danza de millones de dólares no ha podido hacer resurgir.
PD- Ahora, que si quieren saber mi pronóstico, creo que el Milán se alzará con la copa por segundo año consecutivo. Claro, siempre y cuando el milagroso de Santiago de Compostela no ilumine a Deportivo La Coruña-
Hay una figura en el Universo del futbol que ejemplifica a la perfección como en la cartografía de mis sentimientos, una relación de amor puede transformarse con los años en el desprecio más puro.
Algún día, hace unos cuantos años, fui un fanático del Real Madrid que gritaba sus goles con casi tanta euforia como gritaba los de Tigres (bueno, no tanta tanta euforia como la felina, pero sí bastante) Hoy, me regocijo con las derrotas merengues y no puedo menos que celebrarlas.
Siendo adolescente, vibré con los históricos partidos de la Quinta del Buitre. No me perdía uno solo. Los trasmitía Televisa, los domingos en la mañana. Lo recuerdo bien: Hugo, Butragueño, Michel, Sanchíz, Camacho, Juanito, Buyo, Valdano, Martín Vázquez. Un señor equipazo. Y siempre llegaban las primaveras europeas. Cómo olvidar aquel abril de 1988; yo estaba por cumplir 14 años, me acababan de expulsar del Liceo Anglo Francés por mala conducta y el Real Madrid había pasado sobre Bayer Munich en cuartos de final de la Euro. Los esperaba el PSV Ehindoven en semifinal. 1-1 en el Bernabeu el día que regresamos de vacaciones de Parras Coahuila. Todo se definiría en el estadio térmico de Philips, un templo de la modernidad futbolera. Una máquina defensiva comandada por Koeman y Kift le aguantó el 0-0 al Madrid. Van Breukelen le desvió un espectacular remate de tijera a Hugo sobre el final del partido. El 0-0 clasificó a PSV por criterio del gol de visitante y a la postre los holandeses fueron campeones, batiendo en penales a Benfica.
Pasó un año y llegó otro abril. La Quinta del Buitre estaba imparable. En la liga puras goleadas. Yo me había exiliado de Monterrey con mi familia a radicar a la Ciudad de México y seguía siendo un ferviente madrilista. Ese abril viajé a Monterrey con la ilusión de celebrar mi cumpleaños con mis amigos de la secundaria. El 21 de abril de 1989 cumplía 15 años de edad y Real Madrid se enfrentaba a la bestia negra del Milán en Giuseppe Meazza. El de ida en el Beranbeu había quedado 1-1. Llegué esa mañana en autobús a Monterrey. Por la noche celebraría una fiesta a la que esperaba llegar festejando el pase de Madrid a la final. Pero Gullit, Van Basten, Baresi, Donadoni y Maldini (sí, el mismo Maldini que está ahorita con los rojinegros) opinaron otra cosa. Pararon en seco al super Madrid. Uno, Dos, Tres, Cuatro y Cinco. Cinco golazos le recetó el Milán a Francisco Buyo. 5-0 fue la aplastante victoria del Milán, que semanas después se coronó campeón contra Steawa de Bucarest, cuando yo estaba de rol en Colorado.
Y pasó otro año y llegó abril de 1990. Hugo estaba barriendo con todos. 38 goles, bota de oro empatado con Stoikov del CSKA Sofia. Nadie paraba a ese Madrid. El destino los puso de nuevo frente a Milán. Ahora el partido de ida sería en San Siro. Dulce venganza, dije. Pues ni tan dulce: Milán ganó 2-0, pero había la oportunidad de remontarlo en el Bernabeu. Llegó la fecha deseada; Madrid se fue con todo al frente, pero los rojinegros eran una muralla. Gol de Hugo. Lo grité con el alma. Faltaba uno para empatar el global y forzar el alargue. Ese gol nunca llegó. Milán aguantó el marcador y volvió a semifinales. Y no se nos hizo ver al Real Madrid de Hugo levantar la copa orejona de los campeones europeos. Jamás. Esa fue la última gran temporada de Hugo con el Real. Aún así, en mayo de 1998 celebré la ansiada coronación del Real Madrid como Monarca europeo venciendo 1-0 a Juventus en la Arena Amsterdam con gol de Pedrag Mijatovic. Y entonces comenzó mi desencuentro con los merengues. Poco a poco, el equipo de mis amores se transformaba en un monstruo de la mercadotecnia capitalista. Cascadas de millones de dólares iban y venían. Aún así, en un par de viajes que hice a esa ciudad no perdí la oportunidad de tomarme mi foto en el Santiago Bernabeu, como un devoto que visita el máximo centro ceremonial de su religión. Pero para entonces mi amor por el Madrid iba en franca decadencia.
Hoy los papeles se han volteado. Hoy puedo afirmar que como aficionado mi único objetivo en una competición europea es que pierda el Real Madrid. Lo siento, pero no puedo menos que desearle la derrota con todo mi corazón. Su capitalismo salvaje, su mercadotecnia descarada, su imagen de pijos falangistas que creen que la calidad futbolística de un conjunto se compra con millones me acabó por resultar insultante. Porque el Madrid hoy en día es un insulto al espíritu del futbol como juego.
Hace unos minutos el Mónaco le pateó el culo al Madrid y lo dejó fuera de la Champions. Madrid ya estaba levantando la copa con anticipación, pensó que el equipó del Principado sería un trámite burocrático y miren. 3-1- Hoy la eliminación del Real Madrid me genera un placer casi orgásmico. Es la derrota del futbol corporativo, del deporte condenado a ser una marca registrada, de un gigantesco conglomerado bancario que quiere levantar copas con millones. Pero da la casualidad que el espíritu combativo no se compra.
“Lo cierto es que fue un guión ya visto. El Real Madrid se adelanta y se relaja pecando de soberbia. Se ve superior al rival, porque lo es, pero no sentencia. Depués se va diluyendo físicamente pensando en la próxima batalla y las pase canutas por una defensa endeble. Al final suele acabar triunfando. Muchas veces por Ronaldo. Pero esta vez no sirvió. El Luis II, donde perdió dos veces la Supercopa europea, fue cruel con un Madrid que se salvó de una goleada más contundente”- Sad But True diría Metallica.
Me extraña que su gerente, un filósofo, poeta y loco como es Jorge Valdano que algo sabe de humanismo, permita que la mercadotecnia se trague de esa manera el espíritu del futbol
Real Madrid nunca ha sido un equipo humilde, pero tal vez algún día recupere el espíritu, la mística y el juego bonito que tenía esa Quinta del Buitre que me hipnotizó en la adolescencia y que una danza de millones de dólares no ha podido hacer resurgir.
PD- Ahora, que si quieren saber mi pronóstico, creo que el Milán se alzará con la copa por segundo año consecutivo. Claro, siempre y cuando el milagroso de Santiago de Compostela no ilumine a Deportivo La Coruña-