Eterno Retorno

Thursday, July 10, 2003

Encobijados

Inicié este día con dos muertos. No eran todavía las 8:00 de la mañana, yo acababa de llegar a la Redacción, cuando mi compañero Sergio Ortiz me avisó del hallazgo, a un costado de Colinas de Agua Caliente. Llegamos al mismo tiempo que la gente de Semefo y Periciales.
Hay que decir que los asesinos fueron bastante ortodoxos y respetaron paso por paso la tradición de la plaza, consistente en envolver a los ejecutados con cobijas que a su vez son adheridas con cinta adhesiva gris alrededor de la cabeza y los píes del muerto. La primera imagen que me evoca la contemplación del bulto es la de un tamal. Estaban acostados sobre la banqueta alineados en forma paralela uno con el otro. Es evidente que los asesinos no se limitaron a arrojarlos como simples costales a la calle desde un carro en marcha. No. Más bien creo que se bajaron del carro, sacaron los cadáveres de la cajuela y los acostaron sobre la banqueta con el cuidado de la madre que acuesta en la cama al niño dormido en sus brazos. La calle donde fueron encontrados es la entrada a un fraccionamiento residencial de clase media, donde todavía hay varias viviendas a medio construir. Una de las cobijas es rosa y bastante delgada. La otra es un cobertor gris, grueso, sin duda un San Marcos, con la imagen de un pavorreal estampada.
La gente del Semefo toma apuntes y medidas aparentando erudición. Municipales y ministeriales comparten el primer tabaco de la mañana y hacen bromas. Algunos curiosos se acercan a la línea amarilla. El personal del Semefo pone los cuerpos en las camillas sin siquiera descobijarlos para iniciar después la labor de rutina. Antes de 10 minutos la cinta amarilla es retirada y todo vuelve a la normalidad.
En las últimas semanas Tijuana ha vuelto a la tradición de despertar con cadáveres en sus calles. Es algo que no es nada nuevo, pero en ciertos periodos se vuelve bastante más frecuente. En esta semana, sino me equivoco, ya van seis. Más tarde corroboraré el dato con mi compañero Agustín Pérez.
Para un reportero policíaco de Tijuana, los encobijados son algo de lo más rutinario y cotidiano. Todos hemos perdido nuestra capacidad de sorpresa ante esta situación, condenada a ser nota de interior, en ocasiones hasta breve, de la página de seguridad. Para un reportero policíaco escribir notas sobre encobijados es algo tan común como lo es cubrir protestas ciudadanas para el reportero que cubre Ayuntamiento. Mínimo una a la semana y muy bajita la mano. Aunque yo nunca me he desempeñado en la policíaca, ya me ha tocado ver varios ejecutados aquí en Tijuana. Pienso en los hombres que los arrojaron en esa calle, probablemente en la madrugada. ¿Que estarán haciendo en este momento? ¿Estarán durmiendo la mona o desayunarán una suculenta birria en el momento que los forenses hacen la autopsia? ¿Se preocuparán por leer mi nota mañana? No puedo decir que el asunto nos quite el sueño, aunque no deja de ser inquietante el hecho de que mientras tu duermes o coges deliciosamente en tu cama, hay alguien muy cerca de ti que está siendo torturado en alguna casa de seguridad. Es casi un ritual que los encobijados presenten huellas de tortura y las más de las veces son ultimados a golpes (ni siquiera desperdicia balas la Cossa Nosstra) Cuando vives aquí y sobre todo si trabajas en un periódico, te acostumbras ello. Los ejecutados forman parte de nuestro cotidiano aburrimiento.
Algunas personas de Monterrey me preguntan si es cierta la negra leyenda de nuestra Tijuana. Yo siempre les digo que no. No es cierta de la manera que te la suele plantear la odiosa prensa nacional. Sí, es verdad que hay demasiadas ejecuciones, pero es mentira que esta ciudad sea inhabitable. Más bien te acostumbras a cohabitar con la muerte violenta. Sucede que en Tijuana cohabitan muchos universos a la vez, universos que ni siquiera alcanzan a rozarse. Uno sabe bien que en estas calles que caminamos todos los días, se lleva a cabo una o varias guerras, crueles y despiadadas como cualquier guerra, con la salvedad de que no es tu guerra y mientras otros se matan, tu habitas como cualquier aburrido hombre de bien, con sus clase-medieras deudas, sus sueños guajiros de asalariado y su respectivo temor de Dios.
No necesito hablar a Homicidios para adivinar lo que encontraron bajo la cobija. Hombres morenos, de entre 25 y 30 años, estatura media, pantalón de mezclilla, camisa o camiseta de colores rojo o negro. Típica ejecución al estilo de la mafia. Camellitos poquiteros de heroína o crystal, que sin duda se tranzaron una lana o perdieron un encargo. De seguro sinaloenses o acaso nayaritas. Michoacanos tal vez. Una nota que puedes escribir con machote.
En lo personal me gustan más las ejecuciones a mansalva, en plena calle. Un pedazo de carne y huesos que segundos antes era un humano, es destrozado por una tormenta de plomo escupida por la boca de un cuerno de chivo. Alfredo de la Torre es el mejor ejemplo. 57 plomazos recibió el angelito aquí en la Vía Rápida, muy cerca de nuestra oficina. Los encobijados son más traumantes. Murieron entre torturas, con mucho tiempo para chillar y cagarse en los calzones mientras su verdugo los martirizaba. Los acribillados merecen buen espacio en la portada del periódico y suelen tener nombre. Los encobijados van a interiores y pasan al reino del olvido sin que se sepa se nunca como se llamaron.
Algún día escribiré un ensayo sobre las formas de ajuste de cuentas de cada cultura. En Medellín, los sicarios, que casi siempre son muy jovencitos, casi adolescentes, actúan en parejas abordo de una moto. Son hábiles conductores y disparan a su víctima sin siquiera frenar la marcha. Desde hace tiempo quiero escribir un cuento llamado La cobija. Ya diseñé la historia en mi cabeza y trae cierto sazón de humor negro. Solo me resta convertirla en letra escrita.
Después de estas reflexiones, solo una duda asalta mi cabeza: si Thomas de Quincey viviera ¿Consideraría a los encobijados dentro del catálogo las bellas artes? ¿O se limitaría a incluirlo como una forma burda de artesanía popular?