el reverdecimiento del microcosmos y la inminencia de la primavera por venir
Habito en una zona árida en donde el agua suele brillar por su
ausencia la mayor parte del año. Nuestra temporada de lluvias, (si es que temporada
se le puede llamar) se limita al invierno y el único periodo del año en que
nuestras colinas y llanos reverdecen, es en las últimas semanas de febrero y
las primeras de marzo. El verde dura muy poco por estos rumbos y la única
certidumbre es que para mediados de mayo habremos recuperado nuestro
tradicional color parduzco y amarillento en donde el único verdor lo aportarán
las cactáceas.
Sin embargo, el reverdecimiento del microcosmos y la inminencia de
la primavera por venir, cumplen con aportarnos la sensación de un renacimiento.
Tampoco me pasa desapercibido el hecho de estar reflexionando
sobre la palabra reverdecer cuando estoy a menos de dos meses de cumplir 50
años de edad.
Tal vez sean viles estereotipos o condicionamientos culturales,
pero hay edades que marcan un umbral.
Entre los mil y un proyectos danzantes en la pista de mi procrastinante cabeza, está
la escritura de un ensayo sobre los quiebres o los giros radicales que trae
consigo la cincuentena.