¿Qué sucede en Televisa cuando una telenovela empieza a perder rating de manera irremediable? ¿Cuál es la estrategia a seguir si el gran programa de variedades en horario estelar es rechazado por la audiencia? Supongo que se reúne el cuarto de guerra con los altos ejecutivos y los oráculos encargados de vaticinar las tendencias del mercado. Posiblemente evalúen la alternativa de modificar radicalmente el guión, pero si después de hacer esto los expertos dictaminan que la caída es insalvable, entonces la solución es suprimir la telenovela y dejar el horario vacante para un programa más rentable. Se le ordena entonces al guionista que pise el acelerador e improvise un final repentino y sacado de la manga para dar por terminada la novela cuando ni siquiera ha llegado a la mitad de su periodo programado.
Enrique Peña Nieto es el primer telepresidente de la historia de México. Su ascenso fue diseñado por los mercadólogos de una televisora y el éxito de su gestión no está sujeto a las leyes de la política, sino del rating. Los creadores del producto Peña Nieto-Rivera le apostaron a una gran telenovela sexenal, una lunita de miel capaz de mantenerse en el gusto del público hasta el 2018. Pero ¿qué sucede si el rating cae estrepitosamente y sin aparente remedio cuando ni siquiera se han cumplido los primeros dos años del culebrón? ¿Qué pasa si el galancito y su princesa dejan de ser populares y un otoño cualquiera se tornan odiosos ante la gente? ¿Cómo soportar cuatro largos años manteniendo en el gusto del público a dos muñequitos que ya no roban el corazón de los clientes de Azcárraga? ¿Cuál es el plan B si la perorata de la dama en cadena nacional resultó contraproducente?
Suelo rechazar las teorías de conspiración, pero a estas alturas no es descartable que los altos ejecutivos y las mentes maestras del sistema (Salinas, Manlio Fabio) empiecen a evaluar la posibilidad de interrumpir la telenovela y sustituir al impopular principito por un gobierno de transición con cierta imagen austera y ciudadana que necesariamente entrará con un voto de confianza y será visto como un gran triunfo del círculo rojo radical. Si algo me queda claro es que Peña no es un líder; tampoco es un tomador de decisiones. Con toda franqueza no creo que Enrique sea un aferrado al poder que defienda su cetro con los dientes y las uñas al estilo de un Juárez. Don Benito es el máximo ejemplo de testarudo del trono. De los catorce años que duró su mandato, solo cinco los ejerció en Palacio Nacional. El resto fue a salto de mata y su despacho era un desvencijado carruaje jalado por escuálidos caballos a través del desierto, donde Juárez resistía con su traje agujerado. Terco y tanatudo como él solo, Juárez se aferró al poder con todo en contra y aferrado a él se mantuvo hasta la noche del 18 de julio en que una angina de pecho lo mató. Peña Nieto, obvia decirlo, no está hecho de esa madera. No es un zapoteca estoico sino un mirreycito hedonista. Mientras el poder se parezca a un coctel de revista Caras será muy disfrutable, pero cuando hay decenas de miles de revoltosos quemando su imagen en las plazas del país entonces la fiesta deja de ser divertida. Enrique no está hecho para sufrir y no lo veo navegando cuatro años con viento en contra.
¿Por qué creo que una posible renuncia de Peña Nieto ya no sería vista con malos ojos por Televisa? Porque el discurso de los propagandistas tradicionales del presidente empieza a dar un giro en la última semana. Sus mayores y más descarados lambiscones empiezan a tornarse “críticos” y a leerle la cartilla. Ellos saben mucho de rating y de pronto se han dado cuenta que defender a EPN ya no es cool; que las tendencias del mercado y la moda dictan que lo más fashion es ser crítico de Los Pinos y ponerte la camiseta de los 43 de Ayotzinapa. No me hagan mucho caso, pero anoche empecé a maliciar esta idea y aunque todavía es lejana, lo cierto es que tampoco la veo imposible. Hagan sus apuestas. (DSB)
PD- El cuarto de guerra de expertos asesores de Los Pinos no sabe un carajo de historia. Si leyeran un poquito sabrían que la Revolución Francesa y la Rusa tienen algunas cosas en común. La primera, es que ambas brotaron como exabruptos producto del hartazgo, simples revueltas callejeras sin liderazgos firmes ni objetivo político preciso. El segundo aspecto en común, es que en estos dos procesos revolucionarios, la más odiada era la dama. El blanco del odio del pueblo francés era María Antonieta mientras el pueblo ruso consideraba a Alejandra la culpable de todos sus males. Cierto, ambas eran reinas extranjeras (a Antonieta la odiaban por austriaca, a Alejandra por alemana) pero también coinciden en que ambas eran más fuertes y armadas de huevos que sus maridos (Luis XVI y Nicolás II eran más bien bobos y débiles). María Antonieta era frívola y derrochadora (si viviera en 2014 tendría una casa blanca en Lomas, saldría en las revistas Hola y Caras y llevaría de viaje a su maquillista y a su modista) Alejandra era autoritaria y supersticiosa, afectada por la enfermedad de su hijo y sometida a la voluntad de Rasputín. El cuartito de guerra de Los Pinos erró el tiro: en cuestión de horas pusieron a la dama como la mala de la película; la falsa, arribista, cabeza hueca y codiciosa. Su patética perorata ya es un clásico en la historia mexicana de la infamia. Por alguna razón, cuando la furia del pueblo se concentra en la reina la revolución se torna virulenta. (DSB)
Sunday, November 30, 2014
<< Home