Estas son mis lecturas (o relecturas) de buró, cómplices de duermevelas e insomnios, eternas aliadas de una lámpara que nunca se apaga. Siempre he tenido lecturas de calle y casa. Por obvias razones, la lectura de calle suele correr más veloz. El día está lleno de tiempos muertos que se diluyen en letras: fila de banco, taxis, salas de espera, la tijuanense línea y ni hablar de esos santuarios de alucinante lectura que son los aeropuertos y aviones. A menudo esa suele ser (aunque no es regla inquebrantable) una lectura de relativa actualidad y peso liviano. Con la lectura de casa, en cambio, lo clásico suele mandar sobre lo moderno y la relectura sienta sus reales. Tengo siete u ocho opciones a la mano en el buró, pues en la noche leo por vil antojo y nunca por método. La disciplina nunca ha sido lo mío, pero de madrugada cedo al más hedonista anarquismo. Últimamente me ha dado por Shakespeare y amanezco con el sabor de haber soñado parlamentos de Lady Macbeth, disertaciones de Montaigne o anécdotas santacatacheras de Gerson, los paraísos e infiernos de Blake (William no Paco) vidas imaginarias y Morfeos que dictan nuevas historias sin cobrar derechos de autor.
Monday, December 17, 2012
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