Cuando periodismo y literatura se cierran el ojo. Gerson y Pepe, dos narradores de la Sultana..
Ojo, dicen que la costumbre se hace ley y por segundo mes consecutivo he decidido incluir dos libros en Biblioteca de Babel. Se trata en esta ocasión de un par de lecturas que bien podría llamar complementarias, hermanadas por algunos tópicos evidentes y no tan evidentes. El punto de encuentro obvio, es que se trata de dos autores que viven en Monterrey, vinculados ambos a la Universidad de Nuevo León y generacionalmente hermanados, pues nacieron en 1971. El primero de los libros, el de José Garza, es un ensayo o conjunto de ensayos que reflexionan en torno a la naturaleza del tan idílico como conflictivo matrimonio entre periodismo y literatura. El segundo libro, escrito por Gerson Gómez, es una pieza del mejor y más delicioso periodismo narrativo. Empecemos con Pepe Garza. ¿En qué momento se dan la mano creación literaria e información? De realidades, ficciones y otras noticias es un volumen de ensayos en apariencia mostrencos que sin embargo acaban por cerrar un círculo en sincronía perfecta. Recientemente en este espacio reseñamos las antologías de periodismo narrativo compiladas este año por José Carrión y Darío Agudelo en las editoriales Anagrama y Alfaguara. Pues bien, el libro de José Garza es un ensayo que se remonta a los orígenes de esa tradición del periodista como contador de historias e intérprete de una complicada realidad que desglosa y reconstruye con la precisión de un lenguaje único. La definición más simple, sería que el libro de Garza es un análisis de reportajes o piezas periodísticas que hicieron historia, pero la realidad es que el colega periodista regio bucea mucho más profundo. Aunque son ensayos escritos con buena dosis de rigor y método, el de Garza no es por fortuna un ladrillo de académico colegiado, pues el autor predica con el ejemplo al apostar por una amena estructura narrativa. Es inevitable que surjan conflictos cuando de adjudicar paternidades se trata. Nos hemos acostumbrado a que Wolf, Thompson y Capote son los padres del Nuevo Periodismo que García Márquez se encargó de tropicalizar y que Tomás Eloy Martínez llevó hasta extremos inimaginables tensando al máximo la cuerda de la ficción pero Garza es más ambicioso en su estudio y su máquina del tiempo hace un viaje hasta la Inglaterra del Siglo XVIII para encontrarnos con Daniel Defoe, inmortal por su Robinson Crusoe y apenas conocido por su Diario del año de la peste, tal vez la primera pieza auténtico periodismo narrativo en la historia de la literatura. Con sangre caliente de reportero, periodista de calle y aula, Pepe Garza nos conduce en un viaje a través de varias estaciones que van desde los colegas que juegan con la realidad como si fuera plastilina al estilo de Tomás Eloy Martínez, hasta los grandes escultores de la entrevista como Oriana Falaci o los periodistas que se disfrazan para transformarse en personajes de sus propios reportajes, como el alemán Günter Wallraff. Hay análisis riguroso sobre la estructura de las grandes piezas del museo del reportaje como Los ángeles del infierno de Hunter S. Thompson o el inmortal Diez días que conmovieron al mundo de John Reed, pero también una inmersión en la obra de colegas muy poco conocidos y estudiados en nuestro país como la hindú Arundhati Roy o el sufrido checo Julius Fucik, que inmortalizó su martirio a manos de la Gestapo en un desgarrador reportaje. La verdad es que después de leer el ensayo de Garza, uno se pregunta cómo es posible que Reportaje al pie del patíbulo de Fucik sea una pieza casi desconocida en nuestro país. Por supuesto hay un repaso a los reporteros que exprimieron néctar narrativo en la trinchera empezando por Hemingway para dar paso a Michael Herr, John Hersey y llegar al mega máster Kapuscinski, sin discriminar a nuestros multicitados cronistas nacionales, Leñero, Monsivais y Poniatowska. Un libro que me gusta por ambicioso, por brutalmente honesto y que yo no dudaría en incluir como lectura ineludible en cualquier facultad de periodismo que se dé a respetar. Hablemos ahora de Gerson Gómez y sus Crónicas perdidas. Gerson trasmite, sobre todo, un estado de ánimo. Da la impresión de que el colega se divierte como enano escribiendo. Cada página suya se consume como cerveza helada en el verano regio, cumbia huacharaca en el último asiento de un Ruta Estanzuela traqueteando por los baches de la colonia Independencia . Es la suya esencia pura de crónica urbana, reinterpretación y caricaturización de las regias postales del Río Santa Catarina, la Fomerrey, las “colombias chiquitas” e infiernos individuales que infestan los rincones ocultos de una ciudad que tras su maquillaje de wanabe Texas, se revela profunda e inocultablemente latinoamericana, ranchera y norteñota. Sí, el Monterrey de Gerson es el de Celso Piña y el Gran Silencio, el sudor, la sangre y el pulso de una ciudad que sale a la superficie tras las caretas “primermundistas” de Valle Oriente. Sí, Gerson es un voyeur de la cotidianidad regia, cachondo e irreverente al diseccionar el estereotipo, aunque al final, pese a todo, se revele profundamente dostoievskiano. Sí, la caricatura y la carcajada de Gerson se revelan existencialistas, como caprichos de Goya ridiculizando las ambiciones y complejos de la que acaso sea la sociedad más ambiciosa y acomplejada de Latinoamérica. La calle Morelos, el Obispado, las sudorosas cantinas de silla de plástico y letrero de Carta Blanca, la radio popular sonando en viejas bocinas en la noche barrial, entre los epígrafes precisos de Margarito Cuellar y las ilustraciones de Geroca que revelan una ciudad como de plastilina derritiéndose en los cuarenta grados de agosto. Sí, Gerson tiene razón, la realidad es una turbia decadencia pero él no pierde el humor en su intento por narrarla. Sí, la ciudad se ha derretido en su cabeza, pero le ha dado material de sobra para hacer de cada esquina un poema. Nacido en Jojutla, Morelos, pero regio de cepa, Gerson es ante todo cronista. Cierto, coquetea con las ficciones y a veces de tan musical llega a hacernos la finta de ser poeta, pero su fuerte, ni duda cabe, es diseccionar la vida cotidiana como quien abre una rana en la mesa de laboratorio y hace de sus partes un amasijo que a fuego lento acaba por cocinarse como la mejor narrativa. DSB