Biblioteca Bartleby DSB
Alguna vez mi paisano Gabriel Zaid reflexionó en torno al lastre de los “demasiados libros”. Las librerías, dice el regiomontano, están atiborradas de libros prescindibles. Desconozco qué piense Zaid de los “demasiados blogs”, pero en cualquier caso en la red el horror se multiplica por mil. Si en las librerías sobran los textos redundantes y repetitivos, en internet las posibilidades de encontrar a la reencarnación no descubierta de Dante o Shakespeare son de una en millones. El riesgo de leer chatarra en la red es gigantesco, pero aún en las librerías de prestigio uno tiene inmensas posibilidades de dar con un texto para el olvido. Dentro de ese selecto club de iluminados que pasaron un “riguroso” proceso de selección en una editorial y tuvieron que saltar varias barreras antes de poder llegar a una librería, hay muchas posibilidades de dar con páginas olvidables. Paradójicamente, en un mundo como el de la red donde el escritor sólo requirió un mínimo de confianza en sí mismo, (o una elevada dosis de feliz inconsciencia) para hacer públicos sus escritos, es posible dar con páginas que merecen ser guardadas y releídas. Con toda su carga rimbombante a cuestas, el gran mito del genio oculto puede hacerse realidad. De pronto, el oscuro tundeteclas que se gana la vida a bordo de un taxi o vendiendo seguros, eclipsa y pone en evidencia al coleccionista de premios literarios.
En su ensayo Bartleby y compañía, Enrique Vila Matas reflexiona en torno a los escritores que no escribieron o que, al igual que Rimbaud y Rulfo, dejaron de escribir. Bartleby es el célebre antihéroe de Herman Melville cuya frase “preferiría no hacerlo” se inmortalizó como declaración de principios de la inactividad. Bartleby es un escribiente que no escribe. El mundo está lleno de escritores que escriben pero no publican. Si la Biblioteca de Alejandría pudo presumir albergar todo el saber escrito del mundo antiguo, imaginemos por un momento la Biblioteca Bartleby, que contiene todo aquello que fue escrito pero jamás publicado, una gigantesca acumulación de manuscritos y borradores que jamás vieron la luz, papeles interrumpidos, obras inacabadas. Más dramático es imaginar la biblioteca que contuviera las obras nonatas que ni siquiera llegaron a transformarse en el embrión de un borrador, novelas o cuentos concebidos en la imaginación que ni siquiera alcanzaron a materializarse en palabra escrita. ¿Se imaginan de qué tamaño sería esa biblioteca? Mucho mayor que la de Alejandría. Cierto, es imposible no ceder a la tentación de imaginar que en la Biblioteca Bartleby de los libros nonatos yace una ignota Divina Comedia o un Fausto sin lector. La idea nos da para fantasear un rato. Tal vez la red no pueda aún adivinar los pensamientos y publicar lo que ni siquiera se ha escrito, pero sí puede arrojar al mundo aquello que ninguna editorial, revista o periódico ha querido publicar nunca. En la blogósfera vive la Biblioteca Bartleby y a veces nos regala agradables sorpresas. Cierto, sólo unos cuantos blogs tienen afanes literarios o periodísticos, pero entre tanto carbón a veces hay diamantes.