Eterno Retorno

Monday, September 11, 2023

Las alamedas están pelonas, grafiteadas e infestadas de basura

 

 

 


 Medio siglo ha transcurrido y aunque a veces parecen abrirse las grandes alamedas por donde paseará el hombre libre, aún no hemos sido capaces de construir en Latinoamérica algo parecido a una sociedad mejor.

Retornaron los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas, pero no veo al pueblo renacer de su ruina.

El 11 de septiembre de 1973 yo ya estaba en el vientre de mi madre pero ella aún no se enteraba. Asumo que ese día hizo calor en Monterrey y me consta (porque he consultado las hemerotecas) que los opinólogos de la prensa regia y los empresarios del Grupo Monterrey celebraron la caída de Allende. Seis días después sería asesinado Eugenio Garza Sada y el odio a todo lo que oliera a socialismo se exacerbó en mi ciudad natal.

Del sangriento septiembre chileno me enteré hasta sexto de primaria gracias a los libros de texto de hechura echeverrista. Lo más triste del asunto fue que cuando tuve conocimiento de esa terrible historia, Pinochet seguía gobernando Chile. Los malos habían ganado y seguían tronando sus chicharrones. Tampoco olvido que Baltasar Garzón mandó aprehender a Pinochet justo el día en que puse por primera vez un pie en Baja California

Con sus senderos de traición, el 11 de septiembre chileno tiene todos los elementos de una tragedia shakespeareana.

Creo que Allende se sabía destinado al martirio y aceptó estoico su destino de víctima en el altar sacrificial.

La escena del bombardeo de la Moneda es siniestramente teatral, acaso la más representativa estampa del doloroso vía crucis latinoamericano.

Más allá de filias y fobias, me queda claro que Pinochet y sus patrocinadores de la CIA desataron una carnicería innecesaria. Allende habría caído mucho más temprano que tarde pues su gobierno ya no podía sostenerse y creo que la derecha habría podido retornar al poder sin mancharse las manos de sangre.

Carol y yo visitamos el Palacio de la Moneda cuando se habían cumplido 35 años del golpe. Traté entonces de imaginar los muros derruidos, el fuego asomando por las ventanas, las avionetas y helicópteros escupiendo bala desde el cielo gris, pero ese diciembre de 2008 se respiraba una calma chicha en Santiago.

Recuerdo que ese día se estaba celebrando un torneo internacional de futbolito infantil en unas canchas montadas en la parte trasera del palacio.

Michelle Bachelet gobernaba Chile y durante nuestro viaje conocimos a más de un apologista de Pinochet.

Encajonada entre los cerros, Santiago nos pareció de entrada una ciudad recia, acaso algo hostil y con cierta vocación estoica, aunque pronto descubrimos lo divertida que puede ser. Nunca hemos vuelto desde entonces.

Me cuesta dimensionar si medio siglo es mucho o poco tiempo. En cierta forma, los muros de la Moneda siguen estando en llamas. Los latinoamericanos no parecemos aprender de tantísima sangre derramada. Políticamente somos adictos a las montañas rusas, como desquiciados péndulos oscilantes entre los extremos. Nos seducen los discursos tremendistas y los merolicos redentores. Tal vez hoy no vemos militares traidores sacando a bombazos a un gobierno democráticamente electo, pero estamos infestados de caudillos ególatras. Somos la región más violenta del planeta y hemos cambiado las dictaduras por narcoestados. Deberíamos estar curados de espanto, pero hay Bolsonaros, Bukeles, Maduros y Milleis que aún enamoran a millones y hoy los Nixons y Kissingers son burdos Trumps y DeSantis. Tal vez volvieron a abrirse las grandes alamedas, pero hace tiempo que talamos sus álamos a hachazo limpio. Las alamedas están pelonas, grafiteadas e infestadas de basura y aunque seas un hombre libre, si entras ahí te asaltan. No solo Santiago, sino Latinoamérica entera está ensangrentada y nomás no renace el pueblo de su ruina.

Pd- Nunca lo olviden: el 11 de septiembre siempre amanece temprano.