Sobre los pre miados
En
unas horas sabremos ya quién ha ganado el Premio Nobel de Literatura. La baraja
de nombres, como cada año, suele ser vasta, aunque por supuesto hay favoritos.
Todo hace indicar que este año lo ganará una mujer y como el Nobel es más político
que literario, sin duda el galardón será, ante todo, un mensaje, una declaración de principios a
favor del feminismo y los oprimidos. Entre los más mencionados coincido en las
amplias posibilidades de la
estadounidense Joyce Carol Oates, el portugués António Lobo Antunes o el rumano
Mircea Cartarescu. Les falta insistir en Cormac McCarthy, Paul Auster (uno de mis non plus ultra de toda
la vida), Pascal Quignard (belleza de prosa), César Aira, Milan Kundera (marcó mi vida en los 90), o el descomunal e irreverente Houellebecq
(sin duda el que más influye hoy en día). En el terreno de los gustos
personales, me encantaría que fuera en
serio lo de premiar a Fernando Vallejo, pese a lo repetitivo que es. Sé que es
una inocentada mencionar a Horacio Castellanos
Moya (sí, a mí me gusta bastante el salvadoreño); Mempo Giardinelli, tal vez William Ospina, Alberto Manguel
(aunque sea pedante y haya fallado en mi
contra en la final del premio García Márquez). No es tan inocente barajar a Siri Hustved, Don De Lillo, Enrique Vila-Matas,
Sofi Oksanen, Delphine de Vigan, Yasmina
Reza, Roberto Calasso, Claudio Magris, Alessandro
Baricco, José Luis Peixoto (aún es
joven, tal vez dentro de unos años); Haruki Murakami (por choteado que esté); y hasta Javier Marías con su corazón tan
blanco y a veces tan denso. Me habría emocionado que se lo dieran en su momento
a Ricardo Piglia o a Julio Ramón Ribeyro o al eterno candidato, Philip Roth, pero los muertos, muertos están
(alguna perogrullada semejante dijo ayer López Gatell). Yo sé que para los eruditos no es cool mencionar a Kundera, Murakami o Auster porque
son accesibles a lectores ordinarios, los encuentras en Sanborns y claro, es más sofisticado y da más puntos escribir el
impronunciable nombre rico en consonantes de algún mega excéntrico exquisito, un centroeuropeo o un africano, alguien que de
preferencia no esté traducido al español y no sea accesible al común de los
lectores. Y sí, de México se lo daría a
José Agustín, a Enrique Serna o a Juan Villoro mucho antes que a Bellatin y
compañía (tal vez se lo hubiera dado a Ignacio Padilla) como no hubiera dudado
en dárselo a Carlos Fuentes con todo y su prescindible etapa tardía (y no niego
que me emocionó el premio a Mario Vargas Llosa hace diez años) y se lo daría
una y mil veces a Borges aunque cenara con Pinochet, con Videla y con mil
tiranos cada noche por el resto de la eternidad, porque Georgie puede cenar con
quien se le de la gana e igual será
siempre el más grande. Y sí, estoy consciente que de acuerdo al predecible,
ordinario, aburrido y mojigato Zeitgeist
que todo lo infecta en este 2020, no se
lo darán a nadie de ellos. Probablemente lo gane alguien a quien no leeré nunca
como no he leído ni leeré a un montón de premios Nobel, aunque le agradezco a
la Academia Sueca que me haya dado la oportunidad de llegar a Pamuk, Coetzee, Munro, Alexievich, Tokarczuk, quienes
de otra forma difícilmente habrían sido distribuidos masivamente.