Las arbitrariedades de la posteridad también afectan a los personajes de ficción. La primera parte de Don Quijote de la Mancha tiene 52 capítulos; la segunda 74. Capítulos ricos en diálogos, aventuras, reflexiones y entremeses; pasajes fascinantes destinados a ser recordados únicamente por los verdaderos lectores de la obra. Del castillo de los duques, Clavileño, la barca encantada, la Cueva de Montesinos, el Caballero de los Espejos, Ginés de Pasamonte, la Historia del Cautivo, Cardenio y Lucinda, la Sierra Morena nadie hablará nada. Para el millón de no lectores del Quijote, que citan la obra sin haber tenido siquiera la intención de algún día echarle un ojo, todo se reduce a un mínimo e intrascendente pasaje de página y media donde el caballero embiste a unos molinos de viento que ha confundido con gigantes. Para la cultura popular ese es el momento cumbre que sintetiza la obra y su esencia. Quijote y molinos; matrimonio indisoluble; vínculo irrompible que podemos apreciar en esos cuadros o esculturas rimbombantes que adornan los despachos de pretenciosos abogadetes expertos en citar frases que Cervantes nunca escribió. Don Alonso no está solo en su arbitraria posteridad. También el pobre Hamlet debe resignarse a ser un príncipe loco hablándole a una calavera ante quien pronuncia una y otra vez el “ser o no ser”, que según el poeta Tomás Segovia no deriva en el “he ahí el dilema” o “esa es la cuestión”, sino en “de eso se trata”.
Saturday, May 04, 2013
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