Estoy a punto de decir que si no lo leíste no tuviste adolescencia. José Agustín es como un disco de los Ramones; tiene sentido por la época, por el contexto, por la edad, por las endorfinas. He sido lector de José Agustín desde hace un titipuchal de años, cuando tenía la edad promedio de sus personajes primarios y en lo absoluto me siento unido al coro de voces que aseguran la pluma de este narrador se agotó en La Tumba y De Perfil.
Obras como Luz externa, Se está haciendo tarde, Ciudades desiertas o inclusive la noventera Dos horas de sol, son novelas inteligentes, ágiles y sumamente originales.
Ello sin olvidar la bien lograda la trilogía de la Tragicomedia Mexicana, que hasta el mismísimo Enrique Krauze, con todo el dolor de su gigantesco ego, tuvo que citar en la bibliografía de su Presidencia imperial. José Agustín es obsesivamente fiel a sí mismo. Su estructura narrativa, sus juegos de palabras, su pasión por el rock, el cine, las drogas, el esoterismo y la astrología son las mismas de toda la vida. Otra cosa es leer a este colega en su faceta de crítico de rock y es que casi nunca aguanto la tentación de adentrarme en las páginas de algún texto inspirado en eso que José Agustín llama la nueva música clásica. Leer las reflexiones y desvaríos que un disquito provocó en otro lunático siempre será un placer, aunque ese disco ya lo haya escuchado decenas de miles de veces y en apariencia no haya nada más que descubrirle.
Sunday, August 05, 2012
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