Eterno Retorno

Sunday, October 23, 2011




El licor de la utopía

Por Daniel Salinas Basave

Los indignados beben el licor de la utopía y le escupen al sistema mientras esperan algo de la vida bajo sus carpas, aunque no sepan exactamente qué esperar. O acaso, como en la canción de los Sex Pistols, no saben lo que quieren, pero saben cómo conseguirlo. ¿Sabrán? No creo. Es muy lógico indignarse en estos tiempos. Yo me siento indignado y posiblemente usted también, pero ni usted ni yo protestamos, o al menos no de esa manera. Seguimos adelante con nuestras vidas, llevando a cuestas la carga del sistema como una cruz estorbosa, como un irrenunciable lastre hereditario y de reojo volteamos a ver a esos jóvenes que duermen la mona en los camellones mientras cantan canciones y pintan pancartas. Definitivo: es más fácil jugar a ser un indignado cuando se es adolescente. Cierto, no la tienen nada fácil: su futuro parece de antemano cancelado o hipotecado y la palabra “nini” flota como única alternativa en el horizonte. Sí, el escenario luce patas arriba para los muchachos, pero tampoco tienen nada que perder. Quiero creer que la gran mayoría pueden darse el lujo (que ni usted ni yo podemos) de acampar durante semanas para gritarle a los cuatro vientos lo injusto que es el mundo y no dejarán a una familia sin comer, (o al menos eso espero, pues lo contrario sería el colmo de la irresponsabilidad). La versión tijuanense de los indignados ha sido en verdad cómica. Como no saben exactamente por qué protestar y no tienen muy claro qué es lo que les indigna, han decidido meter de todo un poco en el menú. Total, protestar no empobrece. Así las cosas, los indignados de Tijuana protestaron lo mismo contra decisión de la Suprema Corte que protege la vida desde la concepción, que contra el aumento a las tarifas del transporte. Por supuesto y como era de esperarse, protestaron contra los militares (pues es tan “romántico”, tan “cool” y tan “poético” estar contra los soldados y contra Calderón) y ya entrados en gastos y animados por tantas y tan variadas protestas en donde hay de dulce, chile y manteca, expresaron su rechazo al Zócalo 11 de Julio (¿sabrán de los intereses de Xicoténcatl y su pandilla de corruptos merolicos anti-Zócalo?) Esa maestra de la vida llamada Historia, nos dice que la inmensa mayoría de los movimientos con carga emocional e idílica como los indignados tienden a fracasar. La “Comuna de París” de 1870, los distintos 68, la alharaca globalifóbica surgida a partir de Seattle son ejemplos de ello. Su principal error es carecer de objetivos claros y metas concretas. Los jóvenes saben que están inconformes, que algo marcha muy mal en el mundo, que hay un sistema a todas luces injusto, pero no dirigen su energía rebelde hacia un blanco concreto. Se limitan a hacerle saber a la sociedad lo enojados que están y lo incomprendidos que se sienten. Los indignados tijuanenses resultan insoportablemente ilusos y es obvio que no van a llegar a nada. Quienes impulsan este tipo de protestas-idilio, suelen ser por definición jóvenes de clase media que son felices escuchando Manú Chao y Rage Againste the Machine y lo mismo protestan contra las corridas de toros, que contra una cumbre de la OMC. Paradójicamente, los sectores más desfavorecidos de la pirámide social, los que viven donde no hay pavimento, ni servicios ni ley, jamás los veremos protestar contra el sistema financiero mundial, el capitalismo o la globalización. Su situación es aún más patética, pues si bien pueden pasar meses acampando afuera del Centro de Gobierno, jamás protestan de manera espontánea o consciente, pues son acarreados por lidersuchos corruptos que les pasan lista y les cobran cuotas y además sus poco genuinas manifestaciones sólo buscan resolver necesidades inmediatas, sin cuestionar jamás la esencia de un sistema. Aunque sea de antemano una causa perdida, me parece más digno que un joven haga algo por expresar públicamente su indignación contra el sistema, a verlos humillarse haciendo fila afuera de un antro ante un cadenero prepotente, o esperar horas por el autógrafo de un artista basura o soñar con convertirse en héroes de narcocorrido mientras beben un clamato. Yo también me siento indignado, pero a mí no me indigna el Zócalo 11 de Julio o los retenes militares. A mí me indigna sobre todo el sistema fiscal, los monopolios insultantes, la obesa clase política, los sindicatos charriles. Me indigna vivir en un país donde un mal actor como Enrique Peña Nieto va a ser presidente sólo porque Televisa así lo ha decidido y me indigna vivir en un país donde una basura humana como Jorge Kahwagi es diputado y se gasta nuestro dinero en nombre de un negocio que jura ser un partido político. Y aunque se da por hecho que los adultos ya no protestamos porque estamos absorbidos e hipnotizados por el sistema, la verdad es que yo mantengo mis pequeñas grandes rebeliones cotidianas para mostrar mi indignación y no colaborar con un sistema que, al igual que los indignados, considero viciado e injusto. Tal vez en la próxima columna compartiré mi recetario personal de indignación.