Tal vez, la primera gran Revolución de la humanidad es la que vive Iker estos días; la total Revolución de la perspectiva y la velocidad que supone desplazarte en dos piernas. Cuando el hombre marcó diferencias con el cuadrúpedo y contempló su mundo erguido, marcó una distancia abismal que el cuadrúpedo no ha podido remontar en millones de años. El entorno que contempla Iker se revoluciona y reinventa cada día. El mundo, sospecho, es un sitio interesante y lleno de sorpresas.
Hoy cumple años mi hermano Adrián y sólo puedo decir que Gardel tenía mucha razón: 21 años no es nada. Muchos de los aspectos que definen el rostro de la geopolítica actual se cocinaron en aquel invierno del 89, aunque hoy el mundo es un sitio distinto, tanto, que aquel 89 resulta ancestral, historia antigua en estado puro ¿Y caso el 74 es el paleolítico?
Cada nuevo día, cuando el Astro Rey duerme aún la mona amodorrado, yo preparo café. Los mexicas arrancaban corazones con cuchillos de jade para que el Sol siguiera saliendo. En mi personal mitología, para que cada nueva mañana pueda dar inicio, es preciso moler café y hervir agua. Cuando el elixir sagrado inunda mis entrañas con su calor, la vida empieza a cobrar sentido. El ritual se repite, todas las mañanas de mi existencia. Sin café, el biorritmo se detendría y sospecho que el Sol mismo dejaría de salir. De ahí que agradezca tanto el gesto de Francisco Cabello, de regalarnos una nueva bolsa del grano bendito que es gasolina de nuestras vidas.
Los románticos dicen que ser reportero en Tijuana es un trabajo peligroso. Durante años acudí a seminarios, cursos y encuentros sobre periodismo de alto riesgo. Sin duda uno se imagina una muerte heroica en medio de un fuego cruzado al cubrir los motines de la peni o un combate tipo La Cúpula, pero la muerte, o por lo menos el alto riesgo, te puede llegar de la forma más absurda y ridícula posible. Ahora que estoy (parcial y momentáneamente) retirado del reporteo activo, he tenido un accidente de trabajo al que le faltó muy poco para tomar tintes de tragedia y no ocurrió (por fortuna) dentro de las cuatro o seis veces por semana promedio que cruzo La Rumorosa. No. Ocurrió arriba de un carrito de zoológico que se desplazaba a unos 30 kilómetros por hora. Resulta que acudí a realizar un reportaje sobre El Bosque de la Ciudad de Mexicali. La franca e inocultable estupidez del chofer, provocó que el carrito en cuestión chocara contra una piedra y mi desquiciada cabeza, tan llena de desvaríos y alucinajes literarios, fuera a estamparse, seco y sin amortiguadores, contra un tubo de metal. Un soberano chingazo que por momentos me nubló la vista, sin duda el putazo mayor que he recibido desde hace poco más de un año, cuando el Pacífico me revolcó contra una roca. En cualquier caso, la chica que iba de guía, empleada del bosque mexicalense, corrió mucha peor suerte por cortesía de su compañero de trabajo y sospecho que su cabeza no tiene un buen aspecto esta mañana.