Eterno Retorno

Wednesday, March 19, 2008

Pasos de Gutenberg
Las partículas elementales
Michel Houellebecq
Anagrama

Por Daniel Salinas Basave

Vale la pena empezar por la advertencia: si el alma está en carne viva, “Las partículas elementales” de Michel Houellebecq caerán sobre ella como un dardo envenenado, algo así como escupitajo de agrio limón.
Sucede que este caldo de miseria humana no se digiere fácil, aunque una buena dosis de humor negro y una obligatoria disposición a reírnos de nosotros mismos puede ayudar a la lectura. Por supuesto no hay recetario a la mano que valga, pero si quiere imaginar “Las partículas elementales” como un platillo, (mezcla de licor pendenciero y fruto agrio) imagine en la cocina dos frascos de Kafka, cuatro gramos de Ciorán, una cucharada y media de Celine, tres gotas de Sartre y Camus, un saborizante artificial marca Huxley u Orwell y una salsa de Fernando Vallejo. Métalo todo en la licuadora, después en el horno a fuego lento y el resultado será Houellebecq. A medio camino entre el ensayo filosófico y el tratado científico, “Las partículas elementales” es, pese a todo, una novela. Aquí el absurdo más absoluto es amo y señor, capaz de arrancar al desamparo ontológico cualquier ropaje de romanticismo trágico para mostrar con desparpajo su ridícula desnudez.
“Las partículas elementales” es la historia de los cimientos o los albores de una mutación metafísica escenificada en la existencia de dos medios hermanos, radicalmente distintos entre sí: Michel y Bruno. El primero es una suerte de anacoreta de la ciencia, una máquina asexual desprovista aparentemente de emociones. El segundo, en cambio, es un obseso del porno hard core, un masturbador compulsivo, exhibicionista y frustrado cazador de encuentros sexuales desenfrenados. Bruno, mención honorífica aparte, es tal vez uno de los personajes más tristes y deprimentes con los que me he topado en mucho tiempo.
Admito que con la obra de Houellebecq empecé en desorden. Hace un par de años leí “La Posibilidad de una Isla”, comentada ya en Pasos de Gutenberg y sólo hasta ahora cae en mis manos la que para muchos es la obra cumbre de este narrador francés.
Las obsesiones y los dilemas son los mismos: El infranqueable abismo entre vejez y juventud, la decadencia del cuerpo, la esclavitud del deseo, la imbecilidad humana en todo su esplendor. El hombre reducido a la máquina molecular que excreta y eyacula, una composición de masa y fluidos flatulentos.
Al mismo tiempo, un monstruo social donde los ideales son letra de cambio prostituible (con dedicatoria a la generación del 68 francés) Lo dicho sobre “La Posibilidad de una Isla” tiene plena vigencia sobre Las Partículas; demasiado elevadas las dosis de nihilismo y desesperanza en sus letras aderezadas con una visión sarcástica y desparpajada de la existencia. Aunque al final de cuentas, Houellebecq es pese a todo (y acaso pese a si mismo) un romántico incurAble. Aunque acaso él mismo nos escupa si se lo decimos, “Las partículas elementales”, es, ante todo, un grito de angustia para reivindicar el amor, una alerta roja para el hombre convertido en robot náufrago en un océano de caos e incertidumbre.