Eterno Retorno

Wednesday, July 07, 2004

Las sabanas del Decurryache son como una alfombra vieja y deslavada que los dioses zarahuakos sacaron de sus palacios y arrojaron al mundo para que el Sol la secara. Una alfombra sin color, llena de pelusas y alimañas voraces que tienen como única misión en la existencia estarse devorando unas a otras. El Decurryache es como el Infinito mismo un juego de espejos o las trampas del Mito del Eterno Retorno. Hay viajeros que aseguran haber andado jornadas enteras en línea recta durante varios días, al cabo de los cuales se encontraban de nuevo en el lugar donde empezaron el viaje. Muchos han entrado y se han perdido para siempre y según las leyendas que cuentan las abuelas en su lengua zarehuako, es común encontrarse fantasmas cabalgando que le preguntan a los viajeros por la salida y si nos les dan respuesta, los obligan a ir en ancas hasta que puedan encontrar un camino, lo cual nunca ocurre, por lo que se convierten en sus compañeros errantes.
Lo único que cambia en el hostil paisaje del Decurryache, son las formaciones rocosas que la mano del pertinaz viento a labrado al cabo de siglos de no dejar de soplar un solo segundo. Hay figuras de animales tan perfectamente definidas que han sido capaces de hacer huir a viajeros e incluso tropas enteras, cuyas bestias desbocadas por el pavor, corren a la deriva hasta ser vencidas por el agotamiento. Gigantescas cabras enfurecidas, largas serpientes y cabezas de leones se forman en las rocas. En alguna zona de la sabana, a donde poca gente ha accedido, existen formaciones rocosas con figuras de centauros, cíclopes, dragones y gigantes decapitados que parecen haber sido moldeados por la mano experta de un escultor. Cuando cae la tarde y el viento se torna helado, el horizonte de la sabana se vuelve de un profundo rojo escarlata. Es entonces cuando según aconsejan las leyendas populares, no debe mirarse de frente a las rocas que parecen tomar vida y arrojar llamaradas por cada poro de la piel.