Hay quien me dice que debería de tener un tag en mi blog. Honestamente nunca me lo había planteado ni veo que be-neficios pudiera obtener de ello. Leo que en otros blogs sus autores se quejan de que sus tags están atiborrados de insultos. No se. Además me confieso un analfabeto cibernético y no se como hacerlo, aunque a veces pienso que Eterno Retorno es un blog muy básico tecnológicamente hablando. Tal vez me anime a poner un anuncio: “Se solicita instalador de tag e instructor para subir fotografías al blog. Se le remunerará con una botella de su bebida favorita, siempre y cuando no sea un elixir de los dioses que exceda mi presupuesto. Interesados escribir a dsalinas@frontera.info”
Cosas que he aprendido
La voz humana es una onda sonora compleja, muy compleja. No hay dos voces idénticas en el Universo.
La escritura es la habilidad lingüística más difícil de asimilar
En la infancia, el inventario léxico se incrementa en más de 50 palabras por día.
Los 18 años son el punto culminante de la madurez lingüística. A partir de entonces se cae en una irremediable de-cadencia.
Implementar es una palabra pésimamente utilizada en español. Lo mismo ocurre con Evento (solo lo eventual es un evento)
Las normas gramaticales no se rompen a tontas y a locas. Solo quien conoce las normas puede darse el lujo de romper-las, siempre y cuando sea con estilo.
La editorial catalanas Anagrama utiliza siempre comillas latinas. Esto significa que respeta el Español de manera estricta. En cambio las derivadas del grupo Santillana (Taurus, Alfaguara) usan las comillas inglesas “ “ , lo cual es incorrecto. En mi teclado no hay comillas latinas. Luego entonces vivo en el error. Los alfaguaros, no obstante el hecho de tener en sus filas a gente como Alex Grijelmo o Juan Ramón Lodares, suelen prostituir el idioma con sorprendente regularidad.
Un poco de honestidad brutal y espontáneos escupitajos a la modestia
El curso de periodismo narrativo arrojó algunas sorpresas. En esta redacción hay mucha gente que escribe bien, o al mejor de lo que me imaginé. Solo requieren un poco de inspiración. Algunos, que yo pensaba serían muy malos narradores, me sorprendieron con textos de buena calidad, siendo que en su diario vivir hay más guantes de boxeo y bates de beisbol que literatura. En cambio, aquellos que yo esperaba entregarían un gran texto, me dejaron con las ganas pues no entregaron nada por falta de tiempo. La vida te da sorpresas.
Eso sí, perdonen por la brutal honestidad, pero la mayoría de mis compañeros en esta redacción no saben leer en voz alta. Lo hacen muy mal, con insoportable monotonía, sin cambios de voz, con notoria inseguridad. Por eso no me gusta la lectura en voz alta. La lectura es un acto silencioso y onanista. Lo demás es mitote culturozo o pretexto para beber mal vino gratis.
Por cierto, modestia aparte, el primer concurso que gané en mi vida fue uno de lectura, en segundo de primaria a los siete años de edad. Lo hice leyendo la copla popular el Caimán.
En toda la primaria gané muchos concursos de lectura, no recuerdo cuantos. Siempre me daban de premio mapas en rompe-cabezas.
En sexto de primaria gané un concurso en el Estado de Nuevo León por haber escrito el mejor ensayo sobre la Revolución Mexicana. Aunque rara vez escribo sobre dichos temas en el blog, la historia de México (del México independiente sobre to-do) es quizá el tópico intelectual en el que soy más fuerte en esta vida y en el único que me siento con capacidad de batir a cualquiera. Cuando quieras subirte al ring Krauze, estaré listo para ponerte una madriza. Me siento más fuerte en historia de México que en futbol, metal y literatura. Con eso digo todo.
En la prepa y en la carrera mi fuerte fue la oratoria. Gané tres concursos (uno de ellos en la Facultad de Ciencias Políticas de la UANL) y obtuve buenos lugares en nacionales.
Aunque soy un grafómano incurable desde hace muchísimos años, nunca jamás en mi vida he inscrito alguna creación en un concurso literario. No digo que nunca lo haré, simplemente digo que nunca lo he hecho y tal vez jamás lo haga. O tal vez sí.
Me confieso un analfabeto cibernético. Aprovecho el 2% de las funciones de una computadora.