Furtiva incursión al Centro
Estoy en el Centro y un entorno de centímetros cuadrados yace irremediablemente infestado de humanidad.
Todos los muros, todas las superficies, el aire mismo está atiborrado de mensajes. Graffiti, rostros de candidatos, portadas de revistas viejas en los puestos de las esquinas. Consultorio médico, consejería espiritual, más graffiti y los rostros de los candidatos lucen aún más repugnantes. Joyas baratas, comida lepra, revelaciones de enigmas y escolares uniformadas abriendo los labios para recibir el beso furtivo. Voces, gritos, murmullos, sinfonía del claxon en caos mayor, bocinas que escupen chillantes éxitos de la radio. Pordioseros suplicantes, comerciantes clamando a gritos por el primer cliente, carteristas al acecho, y esquizofrénicos discutiendo airadamente con su voz interior. Los muros apestan a abandono y las palabras con las que juro podré definir mi entorno y encarcelarlo en el calabozo del lenguaje se han escondido en el cajón de un bolero. No acierto a inventar conclusión alguna. Después de todo, necesitaría ser un muralista para poder desparramar tal sobredosis de humanidad.
Calle Cuarta y Niños Héroes entrada del Edificio Beas. Me dedico a espiar quien entra y sale al consultorio de unos charlatanes. Un hombre sin brazos se para frente a mí y me pide una moneda. Lo miro a los ojos y me asalta una duda ¿Donde he poner la moneda si carece de manos y recipiente para recibirla? El hombre comprende y se aleja sin decir nada. Yo continúo espiando.
Discos El Chopo, letrero rojo, paredes de piedra. En el pasillo hay plantas, aire fresco, adorada sombra. En el interior yacen arrumbados casetes de la Era Terciaria y una aburrida mujer que masca su tedio mientras mira a un bebe que dormita en una cuneta. Soy adicto a los libros, soy adicto a los discos y aún no comprendo porque los empelados de las tiendas donde venden estos pedazos de plenitud, viven su existencia con tan evidente tedio (con excepción de los ciruelos claro está). Hurgo entre cientos de casetes. Pink Floyd, Rush, Elton John, El Haragan y Compañía, Banda Bostik y Transmetal. La mujer sigue ahí rumiando el aburrimiento. Desde que soy esclavo del automóvil escucho más casetes que cd. Corrosion of Conformity y Tool tratan de seducirme, también el Stained class del Padre Judas pero al final me enganchan los radicales punketos de Total Chaos. Son tiempos de austeridad, así que no más de uno. Pago y me largo de ahí.
Calle Constitución y Segunda. Camión ruta Centro- Postal- Otay- Un niño chamagoso, pero a rape, larga camisa que simula ser de seda, se tambalea entre los asientos. Intenta cantar. Le sale un balbuceo, por momentos rítmico, más bien hablado, frases entrecortadas por una respiración agitada, una voz que se extingue.
“Cuídate Sancho te van a pescar y en puro calzón te van a dejar”. A la altura del Cecut le doy una moneda de un peso. El pobre ya no tiene aliento. Viajar en camión significa necesariamente escuchar un cantante o merolico, pedigüeño, profeta de la verdad o adicto en recuperación en busca urgente del financiamiento de su próxima dosis de heroína. Las más de las veces, los limosneros piden limosna a los pobres. Los ricos raramente descienden a los sitios donde se extienden sus manos y se escuchan sus súplicas. Los ricos respiran el Mundo a través de su aire acondicionado y se ganan el cielo donando sus migajas sobrantes a fundaciones mojigatas que condenan a millones de almas a la existencia obligatoria. El niño ya no habla más. Se ha sentado a contar sus monedas. El camión me deja en Palacio. En el estacionamiento de Prensa aguarda mi carro. Cierro las puertas y abro una ventana. En la casetera ingresa Total Caos: “Kill the nazis, kill the nazis, end of the white supremacy” y recuerdo entonces cuando a mis 16 años quedé pelado a rape porque en la prepa no me dejaron entrar a clases con mi recién estrenado mohak.