prohibidos librovejeros
A las ferias librescas yo acudo ante todo a darle duro a mi vicio pepenador. Como bibliófago que soy, lo que más me emociona es ir a comprar libros. Ya si aparte me invitan a platicar con ustedes y presentarles un cachorro de papel y tinta, pues yo encantado, pero lo que realmente me atrae es buscar libros que no puedo encontrar el resto del año en Tijuana. Es por ello que la mayoría de las veces mi bolsa de compras acaba llena de libros usados, de rarezas que ya no puedo encontrar en una librería.
La cacería más emocionante es cuando hurgas en
una mesa de libros viejos, pues no sabes con qué sorpresa vas a toparte.
Siempre hay un ejemplar oculto, una pieza única que te está esperando y el
encuentro se consuma por acto de embrujo. Por eso una Feria sin libros viejos
es como un café descafeinado, como una cerveza sin alcohol, como un rock sin
guitarra eléctrica o un norteño sin acordeón. Mi respeto y mi apoyo a la Unión
de Libreros, pues ya les he dicho que soy el más contento por la resurrección de
nuestra Feria, pero yo quiero una Feria que incluya y no que excluya, una Feria
diversa y con alternativas. Ya los lectores decidirán qué compran. De todo
corazón colegas, les exhorto a reconsiderar esta errónea decisión.