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De vez en cuando gana algún dinero en trabajos temporales que nunca imaginó desempeñar. Gaulterio a menudo cierra los puños y le pega a las paredes. Les pega duro, hasta que los nudillos le sangran y sólo entonces siente algo parecido a un alivio. La vida no le sonríe, pero antes al menos le hacía de vez en cuando un cariño. Hoy la vida es hostilidad pura: un puño cerrado; un escupitajo en la cara; un bolsillo siempre vacío. El mundo entero se está yendo por el resumidero y Gaulterio está harto de no hacer nada. ¿Y qué carajos puede hacer? ¿Emigrar? ¿Levantarse en armas? ¿Matar a alguna basura humana y asegurar un sitio en el calabozo? ¿Matarse? ¿Qué mierdas se supone que debe hacer? Por ahora no hace nada más que esperar. Esperar a que algún viejo colega le invite una cerveza en un bar para putear al mundo entero desde la barra. Esperar que los días de entresemana corran veloces. Y esperar, con toda su alma, el momento en que por dos horas ocupa su sitio en el mundo: