A menudo imagino cuando le platique a mi hijo, con esa insoportable nostalgia de los viejos, que buena parte de mi vida se me fue deambulando en recintos atiborrados de libros que se llamaban librerías o bibliotecas. Después de escuchar las palabras de Alfonso López Camacho, me cuesta trabajo creer que la Librería El Día vaya a seguir existiendo cuando Iker llegue a la juventud. También me pregunto si existirá para entonces la Feria del Libro de Tijuana y si seguirá habiendo periódicos alzados en las manos de los voceadores en los cruceros de la ciudad. No quiero anticipar la nostalgia en penumbra del futuro inmediato, pero todo esto que parece agonizar, ha formado parte de mi vida y no puedo mantenerme indiferente ante la inminencia de su muerte. Crecí en una casa donde cada rincón estaba infestado de libros y por ley de probabilidad o casi por designio fatal, me aficioné a la lectura desde muy temprana edad. También desde muy pequeño me dio por jugar a que escribía y el segundo empleo formal en nómina de mi vida, a los 19 años de edad, fue en una librería, misma que ya ha cerrado sus puertas víctima de la crisis. Desde hace más de dos décadas, hago como que me gano la vida publicado notas, reportajes, crónicas y editoriales en medios impresos y al igual que mi abuelo, soy un obseso acumulador de papel. No pasa una semana de mi vida sin comprar un libro, por no hablar de revistas, periódicos, gacetillas y similares que acumulo en esa región del caos que llamo biblioteca y fungen como banquete de hongos y polillas. Lo más catastrófico de todo, es que he contribuido a la deforestación publicado tres libros y sigo desparramando palabras todos los días, algunas de las cuales espero verlas impresas en una hoja. Así las cosas, este objeto que Umberto Eco considera perfecto, insustituible y casi eterno, ha formado parte de mi intimidad, de mi vida diaria y suele acompañarme a todas partes. Nunca he sido tan ocioso para tratar de calcular el número de días, meses o acaso años del total de mi existencia que he pasado leyendo, escribiendo o escogiendo libros, pero algo me hace sospechar que el resultado abarca un buen trecho. He sido sobre todo lector y comprador, pero también vendedor, promotor, escritor y ladrón de libros. Mi relación con este objeto es patológica, propia de un adicto. No quiero dar a este ensayo una dimensión trágica, pero si el libro muere, aunque sea sólo una muerte objetal, morirá irremediablemente una parte de mí.
Friday, August 24, 2012
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