Disertación en torno a la infinita superioridad de un hijo de la chingada sobre un hijo de puta.
El privilegio de mandar o ser mandado a la chingada es algo que únicamente los mexicanos podemos presumir. La chingada es algo así como nuestro mítico Pandemonio, nuestro paraíso perdido, la tierra prometida a la que anhelamos regresar. La chingada es, después de todo, la infinita paz uterina. Pero antes de entrar de lleno al asunto de los complejos edípicos, empecemos por entronizar a la chingada en su respectivo altar, muy superior al que comparten ordinarias mierdas, carajos e hijoeputeces simples, expresiones plebeyas y poco originales de las que está poblada nuestra lengua.
Para todo individuo capaz de expresarse en la lengua de Cervantes, la expresión hijo de puta o hijoeputa está enquistada en una suerte de léxico hormonal. Los centroamericanos son particularmente aficionados a pronunciarla, mientras que para los españoles, dependiendo de la entonación, puede no necesariamente ser un insulto. Por supuesto, también en la hijoeputez hay categorías pues no es lo mismo ser el hijo de una simple putilla callejera a acceder a la categoría del Hijo de la Gran Puta que te parió. La Gran Puta, supongo, bien puede ser la madame del congal. Pero independientemente de los infinitos caminos por los que la hijoeputez puede conducirnos, la verdad es que el concepto adolece una pavorosa falta de originalidad como insulto. Uyyyy, eres el hijo de una puta, de una mujer callejera que comercia con su cuerpo y tu padre es, necesariamente, un soldado desconocido, un tipo que pagó un par de centavos para cogerse a tu madre y tirarse a perder. Un insulto universal, cierto, pero carente de la profundidad antropológica e histórica de nuestra mexicanísima chingada. Véanlo de esta manera: hijos de puta los hay dispersos por todo el planeta. Son of a bitch, un fils de pute, Sohn eines Weibchens y le podríamos seguir. De hijos de puta el mundo está atiborrado. Hijos de la chingada, en cambio, nomás en nuestro México los hay y no es por nada, pero somos mucho más cabrones que los hijos de puta.
¿Quién es la puta? La mujer que desempeña el oficio más antiguo del mundo. Ya alguna vez he escrito al respecto aquí en Recolectivo. La puta y el pordiosero son los seres más universales de la historia humana.
La chingada, en cambio, es nuestra. ¿Quién es la Chingada? Mejor no respondo yo y le cedo la palabra a mi compa el Octavio Pacífico. La chingada ante todo, es la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la "sufrida madre mexicana" que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre.
Si le hacemos caso de don Octa, la chingada es nuestra madre o más concretamente la madre indígena violada por el padre español. La madre que nos avergüenza, a la que repudiamos y amamos con igual intensidad, chingada, rajada, abierta, profanada por el padre al que odiamos y admiramos.
En otras culturas nos mandan al carajo (un lugar incierto) a la mierda (la infantil escatología por delante) a tomar por culo (el deseo siempre latente de sexo anal). En algunas traducciones españolas literales del inglés nos mandan a paseo (take a hike ¿han escuchado algo más ridículo?) Otros nos mandan a freír espárragos. En Argentina te mandan a fumar (andá y fumá) una forma cotidiana de tirarte león, pero únicamente en México te mandan a la chingada. Quien nos manda a la chingada nos manda de regreso al útero materno y ese, dicen los que saben, es el estado más perfecto de la naturaleza. Entonces no está tan mal. Además, la chingada es infinitamente versátil y es una herramienta idiomática todo terreno que nos sirve para componer cualquier frase u oración, algo así como una llave maestra. Porque del “ya chingamos” a “nos chingaron” hay un abismo de distancia, lo mismo que del chingón al chingado o de la chingonada a la chingadera o a lo chingaquedito que ya le debe estar resultando este texto al valiente e improbable lector haya logrado chingarse hasta aquí. DSB